No quiero escribir poemas,
quiero hacerme poema.
Vivir en las letras y los versos
como vive el viento
entre las hojas de los árboles.
Que los ojos se paseen sobre mí,
como acariciándome,
intentando comprender algo
que solo el artesano que talla
comprende.
Ser el mármol sin pulir
que se hace rima asonante,
que concuerda con una mirada y unos dedos
que tocan el papel
como si de porcelana se tratase.
Ver el tiempo pasar
desde otras vísceras.
Ser recuerdo que quema
para volver,
cada domingo,
a los ojos que me miraron entristecidos.
Y, entonces, ver el tiempo pasado
que nunca volverá.
Ser inspiración,
como una musa,
para verme reflejada en otras pieles.
Y, entonces, ver el tiempo futuro
que nunca se sabe si llegará.
En ese preciso momento,
cuando el pasado y el futuro
se funden en uno solo,
ser presente
para reir con las bocas
que me besarán recitándome
al ritmo de un jazz
que no me deje morir.
No quiero escribir poemas,
quiero hacerme poema.
En todos los tiempos
de todas las lenguas
que quieran besarme,
los ojos que quieran mirarme
y las pieles que quieran ser mi espejo.
Vivir en un verso,
una estrofa
o una rima,
en cada uno de los lunares
de un cuerpo,
para ser leída
como quien mira al cielo.
Eterna.
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