sábado, 10 de mayo de 2014

El formol de los recuerdos.

      Para quienes escribimos pasado, la escritura es el formol de los recuerdos. Ahí están uno apilado encima de otro, no son más que recuerdos de una vida que, quién sabe, puede que fuese mejor. Probablemente lo fuese.
       Escribir no cura, escribir cose, hace físico lo abstracto, el pensamiento se hace palabra y se mantiene ahí, alejado de la memoria que puede que un día lo olvide todo, latente el reflejo de algo que, si se quiere, se mantiene sepultado tras el rechazo pero hay palabras que tienen tanta fuerza que pueden hasta con la pasividad, la indiferencia y la apatía.
       La palabras son el testimonio de lo que queda de mí. Son trazas de lo que llevo dentro, anclado en lo más profundo de mi, que salen encarnándose en trazos con un orden lógico intentando plasmar la imagen del acantilado en el que rompen olas que me hacen temblar, al que llevo 7 años asomada y vacilando, cavilando entre tirarme o no tirarme al margen de las consecuencias.
       Tus ojos.
       Y abajo me esperan olas
       que podrán partirme en dos.
       Pero solo queda esto, lo que intenta evocar el mar de tus ojos en el que me ahogaría para quedarme siempre en ellos, agónica evitando salir a flote otra vez.

       Pero no, llevároslo todo, palabras, con el viento, con las aves migratorias que son mi estabilidad emocional. Que nada vuelva, me opongo al eterno retorno porque volveré a ser cenizas en noviembre.
       Y ya se sabe lo que pasa.

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