viernes, 30 de mayo de 2014

Conjugación verbal.

Tengo que dejar
de vivir en pasado,
dejar los pretéritos
que no fueron perfectos ni simples.
Pero sí indicativos.

Indicaban el camino
que me llevó a un laberinto
cuya única salida
fue una entrada a un pasado más profundo
al que me aferré
 como a un clavo ardiendo.

Pero vivo en nuestro
pretérito imperfecto complejo
porque los futuros no me gustan.
Los futuros son como el final de un arcoíris
que nunca encontrarás.
Los futuros son utópicos:
perfectos
en la teoría,
de una complejidad y lejanía pasmosas
en la práctica.

Y el presente…
El presente sólo es
un instante que se me resiste
y pasa,
como el romper de las olas,
como el intento vacío de escudriñar un colibrí
en pleno vuelo.

Soy un pasado sin futuro
que se quedó varado en un presente
que vive remitiendo de manera constante
a ese pretérito que manda
cartas a mi alma,
indicando
lo imperfectos que fuimos,
lo complejos que somos
y el poco futuro que tenemos.

domingo, 25 de mayo de 2014

No quiero escribir poemas.

No quiero escribir poemas, 
quiero hacerme poema.

Vivir en las letras y los versos
como vive el viento 
entre las hojas de los árboles.

Que los ojos se paseen sobre mí,
como acariciándome,
intentando comprender algo
que solo el artesano que talla
comprende.

Ser el mármol sin pulir 
que se hace rima asonante,
que concuerda con una mirada y unos dedos
que tocan el papel 
como si de porcelana se tratase.

Ver el tiempo pasar 
desde otras vísceras.
Ser recuerdo que quema
para volver,
cada domingo,
a los ojos que me miraron entristecidos.

Y, entonces, ver el tiempo pasado
que nunca volverá.

Ser inspiración,
como una musa,
para verme reflejada en otras pieles.

Y, entonces, ver el tiempo futuro
que nunca se sabe si llegará.

En ese preciso momento,
cuando el pasado y el futuro
se funden en uno solo,
ser presente
para reir con las bocas 
que me besarán recitándome
al ritmo de un jazz 
que no me deje morir.

No quiero escribir poemas,
quiero hacerme poema.
En todos los tiempos
 de todas las lenguas
que quieran besarme,
los ojos que quieran mirarme
y las pieles que quieran ser mi espejo.

Vivir en un verso, 
una estrofa
o una rima,
en cada uno de los lunares
de un cuerpo,
para ser leída
como quien mira al cielo.
Eterna.

sábado, 24 de mayo de 2014

Uno es de dónde hace el Bachillerato.

Nos duele envejecer
pero resulta más difícil aún
comprender que se ama solamente
aquello que envejece.
Luis García Montero.

Esto se acaba. Y no quiero parecer tajante y fría porque, en realidad, soy la más sensible con estos temas pero llevamos nueve meses ansiosos porque esto termine y ahora, al menos yo, es lo último que quiero y soy incapaz de asumirlo.

Este curso ha sido cerrar los ojos en septiembre y abrirlos a 20 de mayo. Como separarnos sin avisar ni darnos tiempo a reaccionar de todo a lo que llevamos unidos once años. Llevábamos arropaditos tanto tiempo que este segundo de Bachillerato ha sido como los cinco minutitos antes de salir de la cama, como el “¡Espera, Luis, espera!” al terminar un examen porque no te da tiempo a acabar el tema de Neoclasicismo, qué novedad.

Pongo la mano en el fuego y no me quemo si digo que de aquí me llevo lo mejor que tengo: libros útiles que probablemente no vuelva a utilizar y otros de los que no me separo; personas que llegan sin avisar y se adaptan al corazón como la música a las teclas de un piano; que nunca está de más entregar algún comentario voluntario, no vaya a ser que le falten; que el Día del Libro solo es viable la lectura de El Quijote y de Platero y yo; las primeras y últimas nociones sobre El Señor de los Anillos, Star Wars y demás frikadas a manos de un único profesor, que tiene mérito; que Sevilla, para nosotros, no es Sevilla sin un profesor de química que nos cante con una guitarrita rosa en medio de una plaza; un correo que va a coger telarañas por el desuso sin que lleguen temas ni imágenes comentadas; que hay sobrinos de cinco años que hacen nuestros exámenes de filosofía en media hora; y, sobre todo, me llevo unas amigas que deberían cotizar por existir. Porque, una cosa os voy a decir, la labor docente intachable pero casi lo mejor que me ha dado el Gredos son ellas, gracias a esa labor docente intachable.

Envejecer, cumplir años: once van ya y paramos de contar. Personalmente, acaba la mejor etapa de mi vida, la más influyente, la más sufrida y la más sentida. Parece mentira que hace tres días estábamos entrando en el colegio mientras Domingo ponía las pizarras; hace dos llegábamos a la ESO- etapa difícil dónde las haya-; ayer empezábamos Bachillerato y hoy dejamos el lugar en el que hemos crecido, que nos ha visto ganar y nos ha enseñado a perder. Nos vamos de esta nuestra segunda casa, dejando nuestra niñez y adolescencia en estos pasillos, con la certeza de volver y la nostalgia de que ya nunca vaya a ser de la misma manera.

La peor parte es esta, que quienes nos vamos somos nosotros, y me parte en dos pensarlo mientras veo que las manecillas del reloj giran y yo no puedo pararlas. Sin embargo, no espero una, espero trescientas despedidas y sus respectivos trescientos reencuentros porque no me cabe duda de que voy a volver, lo que tengo es un miedo a crecer que me echa hacia atrás y me devuelve a todas y cada una de las clases que ya echo de menos.

Ahora, cuando dejo mi tierra, me da miedo mirar atrás y ver algunos errores que no han servido para más que para darme cuenta de que la vida no es más que una lucha, que yo no sé luchar –pero que todavía me mantengo en pie por cuatro versos que hacen que siga- y que respirar a veces puede ahogarte. Y por eso odio tan profundamente las despedidas, porque llevan un mensaje subliminal que grita que puede no haber un mañana, porque de todos los vocablos que me llevan al cielo, la única palabra que me da miedo es “adiós”.

Por H o por B las despedidas siempre acaban siendo tristes y acabo con alguna lágrima asomando así que antes de que eso ocurra sabed que esto es solo una pequeña parte de lo que todo esto ha sido para mí, porque las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma y que pese a todo y con todo lo que de aquí nos llevamos, siempre nos quedarán estos días azules y este sol de la infancia.

Muchas gracias a todos. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

Contra todo me doy, ciega me hiero.

Eres la pesadilla
que me muerde la boca.

Eres las llaves que 
nunca salieron de un bolsillo.
Las mismas que
no me dejan respirar.

Eres la cerveza que 
no acaba,
que tu cuerpo es la resaca 
y yo sigo de fiesta
en las comisuras de tus labios. 

Eres el borde que
me limita,
el nudo que
me aprieta la garganta
y los ojos que
me dan la vida.

Eres la tesis que
hace de mí la antítesis
de nuestra síntesis.
Ahora sin "te" que
acompañe al "quiero".
Sólo un "sin" que
ha quedado muerto.

Eres mi metáfora,
mi argumento. 
Eres el verso y yo
la musa.

Eres mi condena
y el indulto que me salva
de la soga
que es la forma que tenías
de tocarme.
Que aprieta
pero no ahoga,
me sube al cielo
y me hace arder como si 
del infierno se tratara.

Eres el tratado de paz
en mi guerra,
mi enemigo, mi general,
abro la trinchera si 
me lo pides,
y me quedo desnuda
esperando a que dispares
y conquistes hasta el último
rincón de mi geografía.

domingo, 18 de mayo de 2014

Qué me vais a contar a mí.

Qué me vais a contar a mí 
si perdí la cabeza por el mismo
que perdí las bragas, 
que bailé al compás que 
llevaban sus llaves en el bolsillo
cada noche, 
que bebí, 
como llegada del desierto, 
la cicuta que me daba la vida. 

Qué me vais a contar a mí
si juntos fuimos la incongruencia
de la incongruencia, 
la exaltación de lo que
estaba aún por forjar. 
A mí, 
que hago acrobacias al borde
del precipicio de unos ojos marrones. 

Qué me vais a contar a mí
si fui detrás de lo que me daba
-lo que sigo buscando-
porque nada era suficiente
pero todo era demasiado.
Y aún así
fuimos como dos locos
que pierden autobuses
y viven sin saber si volverán. 

Qué me vais a contar a mí
si en cada uno de los lunares de mi espalda
puso una base militar
y declaraba la guerra 
cada vez que me acariciaba.
Si era el capitán
que atracó en mis caderas
y machacó la maquinaria del navío.

Para quedarse varado
cuando bajase la marea
y decirme que le besara
mar a dentro, 
donde le bastaba 
si yo existía.

Qué me vais a contar a mí
si cada vez que respiraba 
me ahogaba en su fondo, 
estación tras estación.

lunes, 12 de mayo de 2014

Estoy mucho peor de lo que pensaba.


Deseaba que se perdiera
y que volviera a llamarme.
Que me matara
y volver a buscarle,
o matarme yo
si no le encontraba.
Pero siempre volvía con el invierno,
o en abril.

Aún no me he quitado del cuerpo
el olor que me quitaba el sueño cada noche,
Aún mis oídos no quieren dejar pasar
el sonido de las llaves cuando cruzabas la calle.
Aún mi boca mataría por volver a perderme,
a tirarme de cabeza,
en esos labios por los que me hacia el harakiri.

Y para olvidar, me hice de hielo
buscándole en otros cuerpos, en otras bocas,
en otras llaves e incluso
en otros olores.
Pero fue la arena de mi playa,
el marrón de mis ojos en los suyos.
Era la sexta vida de este gato
al que han matado las ruinas
del que fue nuestro palacio.

Y las canciones que han quedado
son las de este concierto
en el que hacíamos el amor como dos músicos
que se juntan para tocar sonatas.

Todavía deseo que te pierdas
o que vuelvas a llamarme.
Si ya me has matado,
que me busques
o buscarte yo.
Pero si no te encuentro
vuelve como antes,
con el invierno, o en abril,
o cuando quieras.
Todas mis estaciones son tuyas. 
 

sábado, 10 de mayo de 2014

El formol de los recuerdos.

      Para quienes escribimos pasado, la escritura es el formol de los recuerdos. Ahí están uno apilado encima de otro, no son más que recuerdos de una vida que, quién sabe, puede que fuese mejor. Probablemente lo fuese.
       Escribir no cura, escribir cose, hace físico lo abstracto, el pensamiento se hace palabra y se mantiene ahí, alejado de la memoria que puede que un día lo olvide todo, latente el reflejo de algo que, si se quiere, se mantiene sepultado tras el rechazo pero hay palabras que tienen tanta fuerza que pueden hasta con la pasividad, la indiferencia y la apatía.
       La palabras son el testimonio de lo que queda de mí. Son trazas de lo que llevo dentro, anclado en lo más profundo de mi, que salen encarnándose en trazos con un orden lógico intentando plasmar la imagen del acantilado en el que rompen olas que me hacen temblar, al que llevo 7 años asomada y vacilando, cavilando entre tirarme o no tirarme al margen de las consecuencias.
       Tus ojos.
       Y abajo me esperan olas
       que podrán partirme en dos.
       Pero solo queda esto, lo que intenta evocar el mar de tus ojos en el que me ahogaría para quedarme siempre en ellos, agónica evitando salir a flote otra vez.

       Pero no, llevároslo todo, palabras, con el viento, con las aves migratorias que son mi estabilidad emocional. Que nada vuelva, me opongo al eterno retorno porque volveré a ser cenizas en noviembre.
       Y ya se sabe lo que pasa.

Escrito un miércoles.

Escrito un miércoles y por miedo a que el jueves aparecieses, publicado un sábado mientras me retiro de la trinchera. O vuelvo a ella, quién sabe.  

Vuelves los miércoles.

Cuando llegabas lo traías contigo,
olías tan bien
que me podría morir así.
Y no sería una muerte dura.

¿Y si ahora te huele otra?
¿Y si no llevas el mismo olor contigo?
                               - porque conmigo sí-
Ay si te viera cogido de otra mano,
reza por alejarte tanto de mí
que ni te huela.
Porque la mato.

Llevo siete años perdida,
hundida,
echada el ancla
en la bahía de los mismos ojos marrones.
Que me retienen,
no encuentro la salida. 


 
Hoy es miércoles.
Vuelves los miércoles y me rebates.