jueves, 7 de agosto de 2014

Un sentimiento del otro estante.


"¿Encontraría a La Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre le río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el petril de hierro, inclinada sobre el agua...".

Rayuela, Julio Cortázar.

      Andaba sin buscarte pero sabiendo que andaba para encontrarte

Te encontré y me enredaste en el sonido del jazz –melancólico alimento para los que vivimos de amor-, en el bohemio París, entre el mate y los puentes metafísicos pero sobre todo, en el amor. En el amor de acá, de allá y de otros lados. En ti encontré mi Kibbutz.
“Kibbutz; […] rincón elegido donde alzar la tienda final, donde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo.” 
En 1963 sale a la luz Rayuela de Julio Cortázar y llega a mis brazos 51 años después, tras reiteradas recomendaciones, para hacerme ver que el arma de la locura, del amor y la risa vuelve en el eterno retorno que decía Nietszche desde Cervantes y Cortázar la emplea a fondo. La locura, hermana siamesa de la risa que por su parte es un remedio infalible. Y es en los miembros del Club de la Serpiente, con Oliveira a la cabeza, donde se manifiesta esa cómica locura. Se paseaban despreocupados por un paisaje ontológico en el que las preguntas, a veces poco cuerdas, exigían más preguntas y no respuestas. Y el mismo Cortázar está conforme en que Rayuela es “el agujero negro de un enorme embudo”, de esos por el que se van preguntas y respuestas y el amor y la risa.

"Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose."
Sin duda Rayuela posee la contemporaneidad que pocas obras, a la vez de mostrar un París clásico, bohemio, sin metro ni autobús donde los particulares miembros del mencionado Club de la Serpiente pasean por sus calles a pesar del frío y la lluvia, ceban mate y discuten con vecinos molestos mientras se les echa encima la muerte de un niño. Esta dualidad en el tiempo y el espacio que Rayuela hace posible nos lleva a considerarla una obra que posee infinidad lecturas muy diferentes entre ellas, lo que es algo inabarcable con palabras, es decir, no se puede hacer una descripción concreta de Rayuela porque es nada y a la vez lo es todo. No es sólo dos libros, es la eternidad plasmada en 600 páginas. Es una guía sentimental y literaria que tiene el valor de abrir todas las puertas a todos los libros, actitudes y pasiones del autor. 
 
     
En definitiva, te hace amarlo u odiarlo al mismo tiempo, tan fácil de identificarse con los personajes o las situaciones y tan difícil a veces poder entenderlos. Se cuelga del alma y se balancea página tras página al compás de una prosa más allá -o más acá- de lo común, según cómo se mire, metiéndote en una hipnosis que te hace tirar la piedrita al cielo de Rayuela una y otra vez. Porque en todo caso, Rayuela es eso, una dependencia constante del “cómo se mire”. Me ha llevado a lugares que no sabía que existían dentro de mí, es a veces una historia de amores turbulentos de idas y venidas, un largo monólogo, una retrospectiva que hace que te des cuenta de cuán absurda es la vida, de que todo lo que hacemos tiene el sentido que sólo nosotros le damos y nos muestra además la vida de los intelectuales, café, vodka, cigarrillos, buena música y noches largas.

"Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella."

Oliveira es un imbécil, un imbécil demasiado inteligente que nos lleva de una situación sin sentido a otra, que se mueve en el mundo buscándose a sí mismo, tratando de entenderse, perdiéndolo todo y no encontrando nada o encontrándolo todo.

Me he perdido entre tus páginas, he cambiado de yo y me ha calado hasta la lluvia de aquella noche en la que Oliveira llevaba del brazo a Berthe Trépat. He tirado la piedra al cielo y ha caído en el tercer cuadrante, he cebado el mate y discutido sobre cualquier episodio paranormal, he cruzado los puentes metafísicos, he mirado de cerca y jugado al ciclope pero sobre todo, me he dado cuenta de que no puede ser que estemos aquí para no poder ser, porque la eternidad de Rayuela comienza a ser, y con ella, yo, en el primer capítulo.
"…el amor juega a inventarse, huye de sí mismo para volver en su espiral sobrecogedora, los senos cantan de otro modo, la boca besa más profundamente o como de lejos, y en un momento donde antes había como cólera y angustia es ahora el juego puro, el retozo increíble, o al revés, a la hora en que antes se caía en el sueño, el balbuceo de dulces cosas tontas, ahora hay una tensión, algo incomunicado pero presente que exige incorporarse, algo como una rabia insaciable.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario