Hacen
dos años de ese septiembre. Desde entonces, mis piernas no han vuelto a
recorrer ese camino y rehúsan hacerlo.
Ayer mismo me dijeron que
septiembre siempre trae cosas malas: el inicio de un curso nuevo o una partida
a miles de kilómetros de aquí que ha llegado desprevenida. Me negaba a aceptar
que septiembre haya sido siempre un mes caótico y deprimente hasta que te
paseaste por los recovecos de mi alma de nuevo. Entonces sí, septiembre siempre
trae cosas malas. En septiembre siempre volvía a verte. Incluso ese domingo que
prometía gloria y desenfreno pero fue el comienzo de mi caída que duraría dos
años más. Y lo que pueda quedarme, mejor dicho, lo que pueda quedarte por aquí,
invadiendo folios enteros y consumiendo los bolígrafos que rezan día sí y día
también que nunca leas lo que escriben. Hace poco leí que las relaciones
empiezan a quebrarse cuando aparecen las confesiones, los “te quiero” sin venir
a cuento y –malditas las causalidades, que no casualidades- estábamos
destinados a morir desde que me lo dijiste cuando me acercaste fuerte contra
ti. En ese momento entendí que estaba perdida porque los borrachos siempre
dicen la verdad y los dos –para qué mentirnos- íbamos como cubas. Los amantes
más sinceros de este mundo.
Sorprendentemente, y más
viniendo de mí que cuando quiero soy la nostalgia hecha mujer, no recordaba ese
septiembre tan doloroso hasta ayer, cuando caí en la cuenta de que sí, que todo
empezó entre vino peleón y besos. Tuve que olvidarme de esas palabras a la
fuerza porque eras –y eres- como un niño pequeño que evita las verdades que
salen de su boca para repetirlas dos años más tarde, ya echándole huevos. Pasé
treinta y un días en cuarentena, una falsa tregua que prometía guerra y la
tremenda bomba del recuerdo en mi cabeza, o quizá en mi corazón, o en mi
garganta. En definitiva, terrorismo emocional. Ese mismo que me tiene
atrincherada en tus ojos desde entonces.
Quien sería el tonto que iba a
decirme a mí que dos años más tarde seguiría escribiéndote y sumando treinta y
un poemas de desamor, lo mismo que duró mi tregua. Quién diría que se ha
acabado todo al fin, o quizá no tenga un fin y esto sea una más de las paces
firmadas para no bombardearnos más. Quizá sea el momento de reconstruir todas
estas ruinas que han dejado desoladas mis ganas de querer. Este septiembre ya
no vas a volver, y puede que no sea del todo feliz pero, al menos, sé que podré
dormir sin el miedo de que provoques otra tragedia.