Otra vez he sorprendido a mi otro yo desenredando mis entrañas y los recuerdos -qué manía tan sutil tienen de enmarañarse en tu pelo-, descubriendo de nuevo la verdad que entrañan tus pupilas, tus curiosas maneras de dejarme caer al vacío convencida de que son tus brazos, queriendo que el viento sepa lo que pierde la primavera cuando no me despeinas tú, para que nunca deje de hacerlo él y pensando que tus manos quizás eran mi oasis pero que todos los pliegues que hacían las comisuras de tus labios no eran más que las dunas del desierto de mi piel de gallina, porque en esa sonrisa me ahogué yo.
Otra vez he sabido desatar los nudos marineros de los cabos que unían mis labios con tus mordiscos, o tus fallos con mis delirios, a estas alturas una no sabe si dejarse morir en sus manos o matar a estos monstruos por ti. He conseguido que tus latidos dejen de atormentarme en menos de 500 noches y a mí también me sobran los motivos para preferir verme sola en huelga de besos que contigo, por muchas veces que diga “Esa boca es mía” susurrándole a tu ombligo.
Esta vez, el 14 de febrero no he escuchado recitar los versos que un día quise tatuar en tu piel porque más tarde que temprano se comprende; la piel es del que la cura y esta piel es mía, que sólo yo he sabido cerrar, coser y poner tierra de por medio en las trincheras que hiciste con cada golpe de mi cadera, sólo yo he podido quererme a contrarreloj, contra todo pronóstico, porque no hay mal que por bien no venga y has vivido en mi cabeza como quien vive un fracaso. A lo mejor, no he llegado a matar monstruos por ti pero te juro que rompía folios a pares si aparecías, para volverte a escribir aunque ni siquiera te lo merecías.
Esta vez quiero quererme sola, dolerme sola, escribir sola y, sobre todo, tocarme sola, que como vengan otras manos como las tuyas me voy a congelar. Estoy orgullosa de no depender de nadie y mucho menos de ti, nadie me complementa porque yo sí soy la naranja entera y me hago zumo cada día, sola o acompañada, pero nunca incompleta. Porque mi ceguera era mirarte y de tu piel en braille aprendí que la oscuridad no es tan mala como dicen, que incluso es bonito sorprenderse cada vez que tocas lo que no es su piel o cada vez que besas lo que no es su boca, que ser independiente te permite creerte una hoja en otoño, saberte sin cuerdas saltando por el puente de Segovia de Madrid, que ante la duda, yo la viuda, que el ron es más barato que una cena para dos, que la vida me duele un poco menos sin ti, y que desde el ángulo que me miro yo el ombligo, no puede mirármelo nadie.
Esta vez, me tomé siete copas en honor a los siete mejores besos que me han dado en toda mi vida, en honor a los casi siete años que llevas apareciéndote en mi cabeza cuando quieres y en mis folios cuando quiero, en honor a los siete lunares que conté en tu espalda aquella noche; y estaban bien cargadas, te lo prometo, sin embargo me acuerdo de todas y cada una de las siete veces que me repetí que no te quería, que ni tus manos de menos echaría, a estas alturas del cuento antes por el lobo que por ti me mataría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario