lunes, 28 de noviembre de 2016

Resaca emocional.


La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa. 
“No busques, no”. La destrucción o el amor, Vicente Aleixandre.

    Hace mucho que no escribo porque siempre me he dedicado a hablar de amor sin conocerlo. He pasado tardes enteras mirando a unos ojos que ahora no sé ni describir, me he dado tantos besos que todos parecen uno solo, sin diferencias aparentes. Tengo hecho un inventario de todas tardes de domingo en que no vienes, sin diferencias aparentes entre ninguna de ellas; todo me pesa y se me llena el pecho de ganas que no se acaban nunca y me abren las grietas, las dudas, me hacen las mismas agujetas que tienes cuando no paras de reír, pero esta vez la causa no acompaña la consecuencia. 
    A veces echo de menos besos fríos que me quiten la sed y otras, echo de más un cuerpo que sólo me da calor a ratos. No hay mal que por bien no venga, de esto se sale como la última vez que cerré la puerta de tu portal, pero ahora ni con esas, entra el frío por todos los huecos mal tapados con amores de bar. Ya no busco tu pelo suelto entre la gente ni miro de reojo cuando sé que me miras mientras me río a carcajadas. 
    No hay condena sin reo, pero sí hay castigo sin una cárcel que lo mantenga; la procesión se lleva por dentro y el luto se luce por fuera. Escribo esto porque es mi condena, mi reo, mi cárcel, mi procesión y mi luto, porque una imagen no vale más que mil palabras. La lengua de Cervantes nunca deja qué desear si se utilizan las palabras correctas, por eso prefiero enumerarte en sílabas que mirarte sin saber qué decir, recordarte valiéndome de la sintaxis en lugar de abrir el cajón y ver todo eso que nunca tuvimos, fuimos o quisimos ser. La semántica me deja ver el significado de todo lo que prometimos de madrugada, todo lo que susurramos sin mediar palabra, frases hechas y más tarde gastadas de tanto usarlas; pero también me dice que ni el principio de composicionalidad va a darme la respuesta de por qué me voy cuando más -sin yo saberlo- necesito quedarme. La gramática dice que necesitamos la concordancia, pero no me explica cómo concuerdo tu pasado con mis domingos sin que el resultado sea agramatical o viole el orden de cómo podrían haber sido los inviernos sin saber ni cómo son los veranos. Y de la parasíntesis se encarga la morfología recordándome que sólo algunas palabras simples pueden ser parasintéticas, sin que yo termine de entender cómo no pude colocarme en medio del quererte y el quererme, que entre derivación y composición no cabe la duda de quedarme con las ganas o sacarme el corazón. 
    Hace tanto que no me paro a escribirte que ya ni la lengua se pone a mi favor, pero sigo siendo capaz de citar a todos los autores de movimiento literario para decirte que la piel se me cuartea, me queman los ojos, la vida me cruje entre los huesos y se me seca la boca de la lengua a la garganta, para decirte que lo he intentado y no he sabido, que una vida no cabe en la memoria y en mí, mi vida siempre ha pesado más que nuestra historia.

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