Emocionalmente me siento como si un camión lleno de culpa me hubiese pasado por encima.
Me resulta extraño porque ha venido cuando empezaba a lucir el sol todos los días, cuando el buen humor se me ponía a flor de piel y las ganas de comerme hasta las flores estaban a la orden del día. Pero no, este año no.
Desde febrero hasta aquí, los días se me llenaron de domingos; de canciones que curan y luego te abren la herida; de querer sin ninguna medida, sin poder racionarme; de escucharte cantar en el baño; de cogerle el gusto a la lluvia; de irme sin más para poder encontrarme un rato; de querer tirar el yoyó de vida sentimental que siempre llevo encima, pero es que ni por San Juan pude quemar todo lo que quería que pasara y no pasó.
Desde entonces he intentado buscarme en todos los rincones que tenía Madrid, con todos los cubatas posibles encima, pero sólo lo conseguí una vez y ni siquiera fue en esta ciudad, ni con esos camiones de culpa que amenazan con cruzarse conmigo en cualquier esquina.
Ahora he vuelto de otra ciudad y he llegado a la conclusión de que los viajes me curan, me sacan de mí, me quitan la pintura corrida de los ojos y ayudan a que me cierren las heridas. En total he estado 16 horas conmigo misma y he vuelto con ganas de mí, de mimarme, de mirarme al espejo y no verte conmigo, de no ver tus brazos por ninguna parte asiéndome a ti, ni tus ojos mirándome como diciéndome que no me vaya nunca. Porque lo que quiero es eso, irme.
La historia de mi vida se compone por ciclos, por norias que no paran de devolverme una y otra vez al mismo punto, una resaca emocional que no termina el domingo. Pero me he cansado de las norias y los bucles, me gustan los puntos y final, los recorridos donde el pecho se te llena de adrenalina pero que al final acaba. He aprendido a dejar las cosas ir, a finalizar corrientes de agua, alegría y pena que escuecen cada vez que me recorren las venas, he aprendido a cerrarme las cicatrices yo sola y a darme cuenta de que correr no va a salvarme, pero probablemente me lleve a otro lugar donde eso no me haga falta.
Hoy no tengo que rellenar ninguno de tus vacíos, ni los de ninguna, porque vuelvo a estar llena de mí. Y qué bien.
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