En esas condiciones no hay alivio posible:
ni el bálsamo falaz de la nostalgia,
ni el más firme consuelo del olvido.
Ángel González.
Día fugaz huyendo
conmigo de mí.
Te juro que lo intento. Intento no buscarte en el asiento
del autobús pegado a la ventana, el noveno a la derecha; intento no llenarme el
vaso cuando tus ojos aparecen mirándome desde dentro; intento que no se me note
que cada palabra me recuerda a ti porque, luego, todo el mundo pregunta “¿Qué
tal?”, ¿sabes? Y yo ya no sé si decir que bien, que te estás yendo de lo más
recóndito de mi alma y que ya no giro la almohada para dormir en frío porque
todo lo caliente me recuerda a tu piel de hielo ardiendo. O contarles que sí,
que tus suspiros me persiguen este otoño; que quemaría Roma para que el amor en
el que caminaba no me volviese a inspirar; que sería capaz de perder la cabeza
en otros andenes con tal de que desaparecieses tú; y que apenas salgo porque así
evito que se me separen los metales de la coraza, que con mimo he vuelto a
unir, porque eres mi polo opuesto, el imán que me destroza.
Te juro que intento evitar naufragios en mis ojos, pero en
días como hoy, que el viento frío me seca los labios y el alma, no puedo evitar
echar de más tus llaves y de menos tus ojos.
Sé que está mal visto beber desde por las mañanas pero te
juro que, aun dejándome la piel, las rodillas me fallan y tengo que reconocer
que me rellenaría todos los vasos para beberme todos tus besos y escribirte
todos los versos que el tiempo no nos ha dejado terminar.
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