viernes, 31 de octubre de 2014

Óyeme con los ojos.

Supongo que es bueno
verte y que no se me
paren los latidos;
se ha evaporado el
miedo a que me hieles la
sangre igual que se
evaporaron tus besos;

mi línea del horizonte ya
no es tu iris marrón,
creo que ni siquiera eres
mi estación, aunque la línea
me obligue a hacer trasbordo
si no quiero seguir hacia tus
brazos de nuevo.

Parece que ya no
apareces y que esas
gafas no te quedan
tan bien como te quedaban
mis besos en la piel;
que puedo mirarte sin que las
pupilas me delaten;

que ya no estoy en la trinchera,
la lucha a pecho desacorazado
ha terminado sin tregua ni
ganador, sólo con dos vencidos
que se quieren aun a tientas,
sin verse pero, aunque
de vez en cuando escuece
tu sal en mi herida,

te veo y sé que ya no estoy hundida.

viernes, 24 de octubre de 2014

Hay ausencias que representan un verdadero triunfo.

En esas condiciones no hay alivio posible:
ni el bálsamo falaz de la nostalgia,
ni el más firme consuelo del olvido.
Ángel González.
Día fugaz huyendo conmigo de mí.

Te juro que lo intento. Intento no buscarte en el asiento del autobús pegado a la ventana, el noveno a la derecha; intento no llenarme el vaso cuando tus ojos aparecen mirándome desde dentro; intento que no se me note que cada palabra me recuerda a ti porque, luego, todo el mundo pregunta “¿Qué tal?”, ¿sabes? Y yo ya no sé si decir que bien, que te estás yendo de lo más recóndito de mi alma y que ya no giro la almohada para dormir en frío porque todo lo caliente me recuerda a tu piel de hielo ardiendo. O contarles que sí, que tus suspiros me persiguen este otoño; que quemaría Roma para que el amor en el que caminaba no me volviese a inspirar; que sería capaz de perder la cabeza en otros andenes con tal de que desaparecieses tú; y que apenas salgo porque así evito que se me separen los metales de la coraza, que con mimo he vuelto a unir, porque eres mi polo opuesto, el imán que me destroza.

Te juro que intento evitar naufragios en mis ojos, pero en días como hoy, que el viento frío me seca los labios y el alma, no puedo evitar echar de más tus llaves y de menos tus ojos.

Sé que está mal visto beber desde por las mañanas pero te juro que, aun dejándome la piel, las rodillas me fallan y tengo que reconocer que me rellenaría todos los vasos para beberme todos tus besos y escribirte todos los versos que el tiempo no nos ha dejado terminar.

lunes, 20 de octubre de 2014

Rober Iniesta, tu piel y yo.

Del vibrar de tus entrañas me hice preso.

Al final, ¿la piel
de quién es?
¿del que la hiere o
del que la cura? 

Tu piel, me corro
si me roza tu piel.
Beso cada poro,
me sabes a sudor y
a caramelo,
a nieve fría y
a calor de invernadero.

Me deslizo hasta
cada rincón perdido
y dibujo garabatos
con mi lengua,
cuando no sé si aún
te has ido,
me entra el frío,
me deshielas. 

Te confieso que has perdido,
soy la mujer que
aún no conoces,
mi lengua dice que
le apeteces,
me enamoro
de tu ombligo
mientras duermes
y yo no sé dormir
si no he mordido.

Ojalá seas el timón
de mi navío,
yo descanse sin saberlo
y aún te bese igual
habiéndote bebido.

Busco en cada hogar desconocido
la caricia que me erice
hasta las venas.
Haz que me vibren
las entrañas y
cuando amanezcas,
todavía no me habré ido.

domingo, 12 de octubre de 2014

Olvido que no veo por verte.

¿Se me ve llover
bajo el paraguas?

¿Se ven los charcos
por alguna rendija
de la coraza?

Es domingo, llueve
y no hay palabras
para contarte que me escondo
tras las nubes
para que no me veas suspirar;
que los muros se me echan encima
porque este silencio hace grietas y
mi corazón hace aguas; y que,
por mucho que me arrope
entre los folios,
tu fisonomía se escapa
de mi alma
en toneladas de palabras
que no hacen más que mojarme
aunque lleve el paraguas
del olvido.

Porque me has calado
hasta los huesos
y ya es octubre,
se ha ido el sol
que evaporaba tus caricias.

Fotografía: @saraflowerpowe 
Buena amiga, mejor modelo y fotógrafa.

sábado, 4 de octubre de 2014

Érase todas las veces.

Érase todas las veces que te me apareces de madrugada, que me he perdido en tus ojos, todas esas caricias que se volatilizaron sin pasar por tu piel y los besos que no fuimos capaces de arrebatarnos cuando era lo único que nos habría salvado. Érase siempre tu risa en mi subconsciente, mi conciencia en tus pupilas y mi reino por saber qué era de mí en tus noches en vela. Érase -no una- todas las veces que has esperado sin preguntas, las veces que no has estado aquí, érase todo lo fría que se quedaba mi cama cuando te ibas aunque oliese a cada centímetro de ti, todas las veces que huí del sol de enero por quedarme a tu sombra, contigo. Todas las veces contigo, todas las veces de ti.

En cada lametón fuimos un cuento con final de boda y me sentí desubicada por no sentir la presión de todos estos, nuestros años, casi una década de besos, un instante eterno que me sirvió para cerrar los ojos y aun sin verte, saber que existes y yo lo hacía contigo porque la manera más bonita de vivir eran los cinco minutos que mi yo estaba fuera de mí, para estar contigo en lo efímero que tiene la eternidad, en lo romántico que tienen las tormentas y las inundaciones en mis ojos cuando tuviste que desalojar.

Ni castillos lejanos, ni dragones, ni caballero de armadura, ni princesas de pelo largo, ni siquiera un hada madrina, o algo que se le parezca, que pudiese haberme llevado contigo a las doce, la hora justa para volver a casa; porque mi casa eras tú.

Quizá, meses después, aún te escribo por todas estas veces,  porque si el amor, como todo, es cuestión de palabras, acercarme a ti fue crear un idioma o porque, tal vez, la vida sólo nos quiere dar aquello que después sabe quitarnos.