miércoles, 2 de agosto de 2017

El amor es un invento necesario.


«Sin amor, todo era polvo y llanto y una vida que no merecía la pena ser vivida.»

    Uno de los argumentos más utilizados para establecer la especie humana como la mejor de las especies es la capacidad de razonar y ser capaces de elegir entre varias opciones sin ser movidos únicamente por los instintos básicos. Pero en cuanto a la concepción del amor se refiere, se me desmontan todas esas razones, porque no entiendo que un ser capaz de dar tanto amor, una reacción química que produce felicidad, pueda identificar todo eso con algo que destruye y sólo deja materia muerta, inerte.
    Como filóloga, pero, sobre todo, como persona que ama, he decidido dejar de participar en la idea del amor doloroso, del amor como muerte, del amor como fuerza capaz de abrirte heridas que probablemente no puedas curar nunca del todo y que se volverán a abrir por la misma fuerza emocional devastadora. El concepto del amor como fuego que quema, abrasa y destroza ha sido interpretado por seres que han concebido esa fuerza como un ente negativo, que necesita precisamente de esa negatividad para ser tal, pero no puedo dejar de cuestionarme cómo el amor, algo puro y positivo, puede interpretarse como algo tan negativo, que nos hace temer y no querer vivir en él, alejarnos en cuanto se nos aparece hasta el punto de desaparecer.
    Las cosas, la vida, los objetos, los sentimientos, están ahí y viven con nosotros y en nosotros, pero somos las personas quienes les ponemos nombre, de nosotros depende la interpretación que se dé a los signos que se nos aparecen continuamente ante los sentidos y a las sensaciones que encontremos corriendo por nuestros circuitos nerviosos. Por ello, estoy convencida de que, como tantas otras cosas, hemos vivido con una interpretación errónea de lo que es el amor y la hemos mantenido durante toda la historia, quedando patente en la principal fuente de interpretaciones del amor, en todas sus variantes: la literatura. No es que quiera yo contradecir a Lope, a Cernuda, a Zorrilla o a Garcilaso, pero no puede dar tanto dolor algo que nos hace quererlo todo a manos llenas, pretender abarcar lo inabarcable, expresar en un discurso lo inefable, desprendernos de todas las medidas y los márgenes y sólo querer compartir, crear y construir.
    El amor duele porque no hemos parado de confundir lo que es, con otras sensaciones producto de lo contrario al amor, se nos han solapado las concepciones de lo que es y no es el amor. Lo que duele es el desengaño, la traición, las ilusiones desmanteladas, las expectativas dinamitadas, la mentira, pero no el amor.
    Todo esto hace poco que lo comparto. Hace bien poco que soy fiel creyente y practicante del amor y sólo esta vez decido despojarme de toda la literatura, de toda la herencia de un amor que se confunde, porque estoy convencida de que el hombre no es bueno por naturaleza, el hombre es egoísta y busca siempre su propio beneficio, pero de lo que hablo es algo aparte. Todos hemos sufrido por amor, pero no es el amor lo que nos ha hecho sufrir. Ese sufrimiento, a mi ver, siempre (o casi) es producto de unas expectativas que residen en nuestra cabeza como la mejor de las posibilidades y la que, por nuestro bien, tiene que hacerse realidad; y es ahí, cuando se quiebran nuestros deseos, cuando no se realiza lo que anhelábamos que se realizase porque es lo mejor para nosotros, y la vida nos suelta una hostia que nos duele y nos rompe por dentro. Y en lugar de mirar hacia dentro, miramos hacia fuera y encontramos al amor manchado de la culpa de nuestros errores, entonces confundimos, le vemos vestido de culpable y lo que resulta más fácil es decir que el amor es una mierda, que el amor duele.
    Nos quedamos a gusto porque ya no es culpa nuestra ni de nuestro egoísmo, ni de nuestras expectativas, ni de nuestra mente que evita a toda costa ser juzgada, sino del amor, que nadie sabe cómo va, pero tenemos claro que es lo que nos provoca el dolor, cuando ese dolor es fruto del inacabable afán del hombre por esperar que suceda lo que cada uno cree mejor para sí mismo y la realidad es que la vida incluye un amplísimo abanico de posibilidades que ni siquiera caben en nuestros circuitos y nos dedicamos a hacer el gilipollas limitando cada acontecimiento, sufriendo y convirtiendo el dolor provocado en consecuencias del amor. Y entonces, algunos escribimos, pintamos, creamos arte, intentamos transmitir todo ese dolor para que el resto empatice con nosotros, porque creemos que así la pena amaina, porque 

«Hay que hacer algo con todo eso para que no nos destruya, con ese fragor de desesperación, con el inacabable desperdicio, con la furiosa pena de vivir cuando la vida es cruel. Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes.» 

    El amor es lo que nos salva de ser sólo humanos, es la fuerza que cambia la historia, que desordena para que todo funcione sin fallos. Desde Leriano y Laureola hasta Ana Ozores, pasando por Calixto, Melibea, la condesa de Belflor, Leonardo, La Novia e incluso el caballero de Olmedo, todos han sido juzgados de alguna manera por amar desenfrenadamente, hasta sus últimas consecuencias, hasta la muerte y hasta la locura. Pero en el fondo les entiendo porque comparto con Françoise Sagan que «eso, lo que llaman locura, es para mí la única forma sensata de amar». 
    El amor, literal y metafóricamente, es lo que nos mueve a llevar a cabo todo aquello que está fuera de nuestros deberes como seres políticos, todo lo que hacemos porque queremos lo hacemos por amor, por querer, por ansiar y amar y, sin amor por las cosas, las personas, las actividades, estamos solos en medio de un mar en el que nos mueve la marea de los demás, en un bote sin remos, sin ser conocedores de la dirección que nos lleve donde queremos ir. Pero no confundamos -otra vez- el amor no sólo nos lleva dónde o con quien queremos ir; también huimos por amor, pero hacia nosotros mismos. Pese a todo, el amor es como un delincuente: llega trayéndolo todo, pero se va camuflándose entre nuestras más oscuras sombras. Y cuando te das cuenta, le has entregado todo y todo se lo ha llevado.

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