Estoy en frente del espejo recordando cómo tu boca besaba mis rincones, paseo las uñas por todos los poros que un día fueron tuyos, me araño y me maldigo por ser tan terca, por querer a todas horas tenerte tan cerca, porque la guerra durará más que tú, porque lo que me come por dentro también es más fuerte que tú. Levanto de nuevo la vista; mis pies, mis tobillos, mis rodillas, mis caderas -que bailan todavía al compás del eco de tus costillas-, mi culo, mi ombligo, mis costillas, mis tetas, ese piercing en el pezón que no verás, mis clavículas, mis brazos, mis manos, mis uñas pintadas del color más oscuro que encontré -porque el luto de no ser quien arañe hasta tus venas no me lo perdono-, mi cuello, la yugular que te jura rendición, mi mandíbula, mi boca, me muerdo el labio cuando recuerdo cómo lo hacías tú, me los mojo y sigo; mi nariz, ese aro que te gustaba toquetear, mis ojos mirando las abejas en tus ojos de miel, mis orejas fatigadas porque ya no escuchan “Andrea, te quiero”, mis pestañas que jugaban al náufrago en el océano de mis lágrimas antes de caer, mis cejas que mil veces te han acuchillado con un “¿Qué miras?” Y, joder, cómo miraba… Y el pelo, este pelo que me teñí nada más ser derrotada, no podía soportar perder y seguir igual, ser la misma, serte igual de fiel, no podía seguir siendo la “castaña como tus ojos”. Éramos el uno para el otro pero el amor es un crimen en que tienes que contar por lo menos con un cómplice y tú jugaste al inspector, tenía que matarnos. Tengo los ojos entornados y el alma a flor de labio deseando salir y gritar que estás en cada curva que hace mi cuerpo, en cada flor de mi primavera, en cada puto poro de mi piel.
Ahora, escribo por las noches, me levanto a las seis y veinte por las mañanas y llevo encima siempre el paraguas por si me encuentro con los cuchillos de tus ojos, en un inútil intento de taparme de la lluvia (pero va por dentro). También sufro domingos peores que muchos lunes y los martes tuerzo la esquina para ver si cambia conmigo el destino de mis cartas, de mis besos y de mis versos pero siempre llegan las ocho de la mañana y río, río sin parar. Qué bonito saberse feliz los martes y borracha los sábados, borracha y feliz. Los miércoles y jueves nunca pasan de largo, abren las puertas a los viernes que me reafirman en el trono de mis principios, en qué coño tengo que envidiarle a la puta primavera si soy mujer, en que -al final- no estás en las flores porque quién soy yo para arrancarles los pétalos, si por mucho que digan nunca nos vamos a querer igual. En que me niego a tardar quinientas noches en olvidarte, que la ginebra en exceso siempre es mejor aunque lo que me bebo son tus besos, a ver si les da a las malditas mariposas un coma. También me cierro, me abro y lo políticamente correcto me lo sigo pasando por el forro, me gustan las faltas de estilo, los hombres y las mujeres también, me gusta alguien que no eres tú, me gustan los besos largos, cortos, guarros, con lengua y de tornillo, me gusta el sexo contra la estantería de IKEA, desmontarla y que la vuelvan a montar, me gusta conocer, saber de más, me gusta mirar a los ojos, a las bocas, a las piernas, a los culos, a las tetas y a las manos también. Me gusta bailar, correr, sudar, beber, caer y volverme a levantar, el vino, las mujeres en falda y los hombres en traje. Me gusta hablar francés y que me hablen en italiano, ver París cuando amanece desde una cama, y deshacerse la tarde en las ruinas de Roma. A veces, me gusta estar triste porque es saber que estoy viva, porque las penas arden en el pecho con llamaradas más profundas que el sol de mediodía; siendo terriblemente cruel o temiblemente fiel, no creo en el olvido porque nunca he sabido responderte y tus preguntas retumban en mi cabeza cada vez que piso otra estación.
Por último os diré que soy muy de dejar que el verano desaparezca sinuosamente mientras juego a las cartas por las tardes, mientras el as de bastos reafirma con su oscura contundencia las raras conjunciones de las espadas con mis copas, quizá sean planes del azar o del destino (aunque me parecen ambos unos farsantes) pero sé que cuando bebo, tus cuchillos se me clavan. Y te escribo poniendo con rabia cada tilde, y me escueces echando sal en cada herida. Quizá lo mejor será dejar en silencio el vals de tus costillas no sea que el paraguas se me abra dentro del desván de mis desvelos, o que el número trece caiga en martes o que el siete de espadas me atrape entre sus rejas para siempre.
Ahora, escribo por las noches, me levanto a las seis y veinte por las mañanas y llevo encima siempre el paraguas por si me encuentro con los cuchillos de tus ojos, en un inútil intento de taparme de la lluvia (pero va por dentro). También sufro domingos peores que muchos lunes y los martes tuerzo la esquina para ver si cambia conmigo el destino de mis cartas, de mis besos y de mis versos pero siempre llegan las ocho de la mañana y río, río sin parar. Qué bonito saberse feliz los martes y borracha los sábados, borracha y feliz. Los miércoles y jueves nunca pasan de largo, abren las puertas a los viernes que me reafirman en el trono de mis principios, en qué coño tengo que envidiarle a la puta primavera si soy mujer, en que -al final- no estás en las flores porque quién soy yo para arrancarles los pétalos, si por mucho que digan nunca nos vamos a querer igual. En que me niego a tardar quinientas noches en olvidarte, que la ginebra en exceso siempre es mejor aunque lo que me bebo son tus besos, a ver si les da a las malditas mariposas un coma. También me cierro, me abro y lo políticamente correcto me lo sigo pasando por el forro, me gustan las faltas de estilo, los hombres y las mujeres también, me gusta alguien que no eres tú, me gustan los besos largos, cortos, guarros, con lengua y de tornillo, me gusta el sexo contra la estantería de IKEA, desmontarla y que la vuelvan a montar, me gusta conocer, saber de más, me gusta mirar a los ojos, a las bocas, a las piernas, a los culos, a las tetas y a las manos también. Me gusta bailar, correr, sudar, beber, caer y volverme a levantar, el vino, las mujeres en falda y los hombres en traje. Me gusta hablar francés y que me hablen en italiano, ver París cuando amanece desde una cama, y deshacerse la tarde en las ruinas de Roma. A veces, me gusta estar triste porque es saber que estoy viva, porque las penas arden en el pecho con llamaradas más profundas que el sol de mediodía; siendo terriblemente cruel o temiblemente fiel, no creo en el olvido porque nunca he sabido responderte y tus preguntas retumban en mi cabeza cada vez que piso otra estación.
Por último os diré que soy muy de dejar que el verano desaparezca sinuosamente mientras juego a las cartas por las tardes, mientras el as de bastos reafirma con su oscura contundencia las raras conjunciones de las espadas con mis copas, quizá sean planes del azar o del destino (aunque me parecen ambos unos farsantes) pero sé que cuando bebo, tus cuchillos se me clavan. Y te escribo poniendo con rabia cada tilde, y me escueces echando sal en cada herida. Quizá lo mejor será dejar en silencio el vals de tus costillas no sea que el paraguas se me abra dentro del desván de mis desvelos, o que el número trece caiga en martes o que el siete de espadas me atrape entre sus rejas para siempre.
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