jueves, 29 de enero de 2015

Historia universal: La guerra de los seis años.

 Y me fui, 
saltando de lunar
en lunar, pasando
por todas las trincheras
que un día fueron
pliegues en tu sonrisa.
 
Han dicho las noticias
que hay 60420 besos muertos
y aún cientos de desaparecidos.
Que los daños corazonales
del atentado de tu risa
todavía son incalculables,
que había un corazón-bomba
donde viajaban decenas
de escalofríos en el cuello
pero que a las cinco de la tarde
ya no quedaba nada.

Ha sido la gota que
ha colmado el beso, 
ha sido el detonante 
de la guerra en el colchón, 
de la batalla por asirme fuerte
en tus brazos. 

Apagué la radio
porque la masacre se ve
desde el balcón
de tus ojos.
Todo lo que fuimos, 
somos y seremos
en las mismas ruinas.

Ni Vietnam vio 
lo que veo yo.
Ni Chernobyl contamina
lo que me contamino yo.

Y, después de tanto ver, 
ayer decidí irme. 
Pasé de largo
por tus brazos y 
me deshice de ellos
para deshacerme en otros.
Salté el alambre electrificado
de tus clavículas
para que pudieses recordar
mi último calambre. 
Y ni siquiera rocé la dulce tela
de tus labios porque, 
aunque la boca se vista 
de seda, boca se queda
y yo... 
Yo no quiero besar
en falso, me niego 
a besarte cubierto
porque yo solamente quiero
rasgarle la piel a quien
me quite hasta el último
de mis miedos.

La tregua la firman estas mariposas, 
aquí paz y después gloria, 
aquí borrón y guerra nueva.

domingo, 18 de enero de 2015

Por ejemplo...


Entierra la cabeza en las almohadas, 
sientiendo aún la irritación y el frío
que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer [...]

Jaime Gil de Biedma

Por ejemplo tus manos,
me miras, me pierdo.
Por ejemplo payasos
de circo en invierno.

Por ejemplo tus muecas,
mis ganas, tus celos.
Por ejemplo me besas 
y tus dedos agarran fuerte mi pelo.

Por ejemplo que me quites 
la falda,
que a las 8 en la puerta 
me esperas.
Por ejemplo abrirte el balcón 
de mis ojos de gata,
sube, que sólo a tu ritmo bailan 
mis caderas.

Por ejemplo que me eriza el alma
tu voz,
por ejemplo que tu mirada
recorre mis piernas veloz.

Por ejemplo beberme tres copas,
jugarme la vida contigo.
Por ejemplo comerte la boca
y que sólo me guíe tu ombligo.

Por ejemplo que desabroches 
mis miedos, el sabor de tu piel.
 Por ejemplo apurar el verano
sin salir de este cuarto de hotel.

viernes, 9 de enero de 2015

La décima cerveza.

Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos…
Joaquín Sabina.

Lo peor del amor cuando termina
no es desabrocharme el alma sin tus manos, 
no es el no verte, ni las ruianas;
es preguntarme dónde estoy, dónde no estamos, 
es oírnos en las letras de Sabina
y seguir el verso, y no encontrarnos.

Lo más cruel son los reproches, 
las dudas, si fue un tiempo malgastado,
aunque de mañana le sonría a los remaches
de los clavos que dejaste en mi costado.

Soy muy de querer siempre vencer, 
mas no sé vivir sino en la apuesta, 
de jugarme a cara o cruz, de si sale cruz beber,
de morir en la corriente de tus venas, 
de decirte muy bajito que te quiero querer.

Y si la piel no me la erizas, qué tortura, 
hasta mi almohada echa de menos tus rarezas
y aunque tu mano ya no baile en mi cintura
siempre sale cruz, baila en otra boca mi cabeza
y me prometo no llamarte antes de la décima cerveza.

domingo, 4 de enero de 2015

Mañana es un mar hondo que hay que cruzar a nado.



      Estoy en frente del espejo recordando cómo tu boca besaba mis rincones, paseo las uñas por todos los poros que un día fueron tuyos, me araño y me maldigo por ser tan terca, por querer a todas horas tenerte tan cerca, porque la guerra durará más que tú, porque lo que me come por dentro también es más fuerte que tú. Levanto de nuevo la vista; mis pies, mis tobillos, mis rodillas, mis caderas -que bailan todavía al compás del eco de tus costillas-, mi culo, mi ombligo, mis costillas, mis tetas, ese piercing en el pezón que no verás, mis clavículas, mis brazos, mis manos, mis uñas pintadas del color más oscuro que encontré -porque el luto de no ser quien arañe hasta tus venas no me lo perdono-, mi cuello, la yugular que te jura rendición, mi mandíbula, mi boca, me muerdo el labio cuando recuerdo cómo lo hacías tú, me los mojo y sigo; mi nariz, ese aro que te gustaba toquetear, mis ojos mirando las abejas en tus ojos de miel, mis orejas fatigadas porque ya no escuchan “Andrea, te quiero”, mis pestañas que jugaban al náufrago en el océano de mis lágrimas antes de caer, mis cejas que mil veces te han acuchillado con un “¿Qué miras?” Y, joder, cómo miraba… Y el pelo, este pelo que me teñí nada más ser derrotada, no podía soportar perder y seguir igual, ser la misma, serte igual de fiel, no podía seguir siendo la “castaña como tus ojos”. Éramos el uno para el otro pero el amor es un crimen en que tienes que contar por lo menos con un cómplice y tú jugaste al inspector, tenía que matarnos. Tengo los ojos entornados y el alma a flor de labio deseando salir y gritar que estás en cada curva que hace mi cuerpo, en cada flor de mi primavera, en cada puto poro de mi piel.
       Ahora, escribo por las noches, me levanto a las seis y veinte por las mañanas y llevo encima siempre el paraguas por si me encuentro con los cuchillos de tus ojos, en un inútil intento de taparme de la lluvia (pero va por dentro). También sufro domingos peores que muchos lunes y los martes tuerzo la esquina para ver si cambia conmigo el destino de mis cartas, de mis besos y de mis versos pero siempre llegan las ocho de la mañana y río, río sin parar. Qué bonito saberse feliz los martes y borracha los sábados, borracha y feliz. Los miércoles y jueves nunca pasan de largo, abren las puertas a los viernes que me reafirman en el trono de mis principios, en qué coño tengo que envidiarle a la puta primavera si soy mujer, en que -al final- no estás en las flores porque quién soy yo para arrancarles los pétalos, si por mucho que digan nunca nos vamos a querer igual. En que me niego a tardar quinientas noches en olvidarte, que la ginebra en exceso siempre es mejor aunque lo que me bebo son tus besos, a ver si les da a las malditas mariposas un coma. También me cierro, me abro y lo políticamente correcto me lo sigo pasando por el forro, me gustan las faltas de estilo, los hombres y las mujeres también, me gusta alguien que no eres tú, me gustan los besos largos, cortos, guarros, con lengua y de tornillo, me gusta el sexo contra la estantería de IKEA, desmontarla y que la vuelvan a montar, me gusta conocer, saber de más, me gusta mirar a los ojos, a las bocas, a las piernas, a los culos, a las tetas y a las manos también. Me gusta bailar, correr, sudar, beber, caer y volverme a levantar, el vino, las mujeres en falda y los hombres en traje. Me gusta hablar francés y que me hablen en italiano, ver París cuando amanece desde una cama, y deshacerse la tarde en las ruinas de Roma. A veces, me gusta estar triste porque es saber que estoy viva, porque las penas arden en el pecho con llamaradas más profundas que el sol de mediodía; siendo terriblemente cruel o temiblemente fiel, no creo en el olvido porque nunca he sabido responderte y tus preguntas retumban en mi cabeza cada vez que piso otra estación.
       Por último os diré que soy muy de dejar que el verano desaparezca sinuosamente mientras juego a las cartas por las tardes, mientras el as de bastos reafirma con su oscura contundencia las raras conjunciones de las espadas con mis copas, quizá sean planes del azar o del destino (aunque me parecen ambos unos farsantes) pero sé que cuando bebo, tus cuchillos se me clavan. Y te escribo poniendo con rabia cada tilde, y me escueces echando sal en cada herida. Quizá lo mejor será dejar en silencio el vals de tus costillas no sea que el paraguas se me abra dentro del desván de mis desvelos, o que el número trece caiga en martes o que el siete de espadas me atrape entre sus rejas para siempre.

sábado, 3 de enero de 2015

Mi invierno en el sur.

 Tantos siglos, tantos mundos,
tanto espacio y coincidir.

Fue mi invierno 
en el sur, cuarenta
grados una madrugada
de diciembre y entré
como entran los niños
a la escuela; 
un sitio nuevo, un cuerpo
nuevo y unas tremendas
e incontenibles ganas
de seguir corriendo 
por un pasillo lleno 
de espirales y tirabuzones
oscuros, lleno 
de escalofríos, 
de carcajadas y
de alcohol, alcohol
por todas partes.

Era suave, cada rincón
de terciopelo, lo acaricié,
lo recorrí entero,
mis uñas clavadas
en su pelo, lo habría
evitado pero prefería
jugarme el cuello
antes que hacerlo.

Es caramelo, un cristal
empañado, fruta fresca,
vodka, vino y cerveza. 
Es la fiesta y también
mi resaca, metal frío, 
piel caliente, un país
extranjero, la frontera
de mi cordura, un psicoanálisis
susurrado en el cuello.
Es vivir sin bragas, el roce
de los vaqueros, 
es una serpiente y,
a la vez, un ratón; su lengua
es el mayor depredador.
Es la línea discontinua
del medio de la carretera, 
la señal de peligro antes
de la curva de su espalda.

Fue mi viaje
en la barandilla 
de sus dedos; 
sus manos ágiles, 
mi oasis; sus lunares,
la arena de mi desierto. 

La piel de una tormenta
sin turbante, fue mi sur
en este invierno, 
un beso puesto
a contraluz. 
Y si alguien lo tacha 
de pecado, que nos lleven
juntas al infierno.