miércoles, 2 de diciembre de 2015

Supernova.


    Siempre he sido de dejarlo todo a medias, de no terminar nada aunque quiera, de entretenerme con enumeraciones innecesarias, de no saber vivir y sobre todo, de pensar en el tiempo que me queda durante cada cosa que hago en vez de vivir hasta el último segundo. Siempre me preocupo exageradamente de todo, quiero controlar hasta mi funeral. Me gustaría saber cómo lo haces para vivir, para no estresarte, para ser feliz cada minuto porque cuando me tocas me lo contagias.

   A ti no quiero quererte a medias, quiero darte mi 100 y mi 200 si se tercia, quiero beberme hasta el agua de las flores, ir a Marte o al cuarto de la plancha, pero contigo. Quiero darte todo el cariño que no tengo, quiero escribirte todos los días; ojalá fuese capaz de escribir todo lo que mis huellas dactilares gritan, que todo el tiempo quieren rozar tus universos, que quieren que sólo vivas en mi galaxia.

   Que “menos mal que estás tú”, quiero que seas el “sabía que iba a pasar y aun así lo hice” de todos los rincones, clavarme todos tus vértices y saber que vas a ser tú quien me cure las heridas. Lo que quiero es vivir en tus costillas, navegar el océano que hacen tus ojos, volver al pasado y decirle a mi yo de siete años que te quiera y te cuide, que vales más que nadie con quien me haya cruzado.

   La razón que no razona, el amor que no me clava astillas en la boca. La sensación de que esto es pasajero, que no estás, que sólo soy yo, como siempre. Pero apareces mirándome a los ojos y sacando de mí todos los lugares recónditos en los que me he imaginado contigo, diluyendo todo mi cinismo en tus caricias, pasando con tacones por encima de mi frivolidad y fundiendo cada milímetro que tiene mi coraza de acero inoxidable. Pasas desapercibida entre la multitud sin saber que me rompes y me recompones constantemente, que tienes ese je ne sais quoi que me tienta a correr a buscarte cada segundo desde donde esté. Supongo que esto es el amor, poner a su disposición tus miedos y tus alegrías, tu fortaleza y tu debilidad, la espada y la pared y confiar en que no te destroce; como darle la gasolina y el mechero al pirómano y dejar que entre en la colección de sentimientos inflamables que todos llevamos dentro. 


lunes, 23 de noviembre de 2015

Desembocadura.



«Te he traído hasta las ruinas

que un día fueron mi casa,

a las grietas de mis paredes,

a los restos de mi naufragio.
»

"Rescate", Luis Alberto de Cuenca.
 

    Te he traído hasta el brillo que ya no tienen mis ojos, para que lo enciendas, para que nunca me apagues; a las palabras que un día fueron mi historia, a las huellas que ya no dejan mis manos, hasta los recuerdos que ya no escribo porque las llamas de mi pasado ya no queman, porque sólo me llama tu voz. 
   
    Te he traído hasta aquí de la mano, como el que no quiere repetir los pasos, yendo con cuidado e intentando esconderte de todo eso de mí que aún no conoces, como el que esconde en el desván una obra que no vale, como el que se tapa la cara por vergüenza.
   
    Te he traído hasta la casa que hacen mis puntos suspensivos, al cajón de mis desvaríos, a la despensa donde guardo todo lo que me das, por si algún día me faltas pueda seguir viviendo en ti. Te he traído hasta los cimientos de mi futuro incierto y tambaleante, a las esquinas donde grito sin que me oiga nadie para que escuches quién soy y te vayas corriendo si la canción no te gusta. Te he traído hasta aquí para que hagas hilos mis cadenas, para que vacíes el baúl de mi desconfianza, la caja fuerte donde duerme mi cinismo, para hacer los septiembres abril, el domingo, un viernes.
   
    Te he traído hasta aquí porque sugieres los imposibles que nunca he vivido, porque el amor no envenena, aunque como un escorpión deje los besos, porque tus miradas se me clavan en las costillas como puñales pero la herida no hace al muerto y tú me haces volar más lejos de lo que alcanza mi memoria sólo con rozarme. Te he traído hasta aquí porque sin ser mi oxígeno, me ayudas a respirar hondo, porque mis terminaciones se estremecen cuando gritas en silencio entre mis manos, porque tatuarme en la piel tu respiración es la mejor manera de justificar que el cielo en un infierno cabe. Te he traído hasta aquí porque no quiero que te vayas, porque en mi mar de sentimientos perdidos siempre hay sitio para algún dulce naufragio más.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Te escribo para darte todo el cariño que no tengo.

 "Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,
acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma."
Luis García Montero.
Me da por contar contigo y cuento hasta los minutos. Cuento con verte cada día, con que cada tromba de agua que me cae merezca la pena si es por verte. Cuento con que mi almohada se despida de ti porque a mí me cuesta, y que contando, me cuente que a la mañana siguiente vas a ser la misma, con los mismos celos de hoy y las mismas ganas de jugar al parchís, porque contar veinte para comerte me parece una pérdida de tiempo.
Quiero llegar a mi punto de no retorno, contigo. A esa zona de no confort que produce un miedo aterrador y un placer inexplicable, donde no sé dónde me llevan tus pasos, si en la antesala de mi desconfianza están tus ganas debatiendo con mi razón, haciéndole entender que si todo contigo es así de fácil, qué importa el tiempo, qué importa el camino cuando el caminante hace poesía en mis mañanas al andar.
Me da por contar contigo y soy incapaz de mirar al cielo y contar porque me quedo con tus ojos. Cuento los barrotes de la cárcel que me ciega porque no hay más condena que mirarte y no poder contar cada uno los lunares de tu espalda. Cuento con correr el riesgo de perderme y no encontrarme si no es contigo, contar las calles que van hacia tu boca, pasarme la parada y no mirar atrás si no es por contar los pasos que te quedan hasta llegar.
Quiero intentar ganarlo todo contigo, que las ganas puedan con la angustia y el echar de menos viaje en transporte público hasta mi cama. Quiero mirar mientras suspiras, quiero que entiendas que eres más de lo que mi conciencia puede gestionar sin parpadeos, necesito aprenderte, memorizar cada rincón de ti porque mis folios necesitan entenderte, mis lápices necesitan escribirte y las yemas de mis dedos piden a gritos silenciados tocarte cada minuto del día.
Me da por contar contigo y cuento con que no eres una más, he dejado de contar en la lista porque sumas más que nadie y sólo resta si no estás. Cuento con que mi voz te llama a oscuras y no cuento más puntos suspensivos porque todos son seguidos, porque la cuenta avanza y sólo puedo pensar que si ahora te vas me queda una ecuación que no perdona, ni despeja, ni cuenta, me come, me desvía y no me deja respirar.
Quiero ver dónde va mi cinismo cuando sonríes, cómo me encuentro si me pierdo cuando voy a buscarte, qué le pasa a mi sistema nervioso cada vez que me rozas con la mirada. Quiero –necesito- saber por qué las palabras me salen a borbotones y mi boca no es capaz de pronunciar ni una sola, por qué he cambiado el escribir por el vivir en tus pestañas, por colgarme en el puente que hacen tus lunares. No hago otra cosa que querer verte y cuando llegas no hay lluvia de otoño que me impida correr por cada una de tus carreteras peligrosas; si esta es tu guerra, voy a pelear desde tu cuello cada vez que la lluvia te traiga otra vez hasta mí.
Cuento con que vale la pena cualquier consecuencia que tenga si la causa eres tú. Quiero saber, por fin, qué es la poesía y si viene de tus ojos.
Hacía mucho que no me salían las cuentas; había dejado el problema sin resolver hasta que has llegado tú con todas las respuestas. Ya lo dije una vez, las heridas son de quien las cura y en algún momento esto tenía que cicatrizar.

jueves, 15 de octubre de 2015

Quien lo probó lo sabe.

Si el amor es la pregunta, 
tus ojos ya no son mi respuesta. 
Si el amor es la respuesta, 
¿dónde estabas cuando buscaba tus preguntas?

      Hoy amanece y parece que mis horas dan la vuelta al reloj, que sale mi sol cuando anochece, que el sur se vuelve mi norte y que nada está más lejos que tu boca. Me monto en un autobús esperando a que los kilómetros vivan por mí y escucho en otros ojos todo lo que yo dije. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra pero nadie quiere andar siempre un camino de rosas.
      Equivocarse es bonito, la equivocación es el aprendizaje elevado a la máxima potencia. Equivocarme fue enamorarme de ti y créeme si te digo que lo volvería a hacer mil veces pero no somos los de antes, aunque a veces suene la misma canción, pero nuestro más ahora siempre resta y me niego a todo lo que no sea crecer. Mis huesos ya no chirrían tu nombre y el desgaste que llevo dentro empieza a mejorar. Ni en mil vidas te querría como en esta pero tampoco volvería a vivirte, el miedo es una trampa para hacernos fuertes y tú no fuiste más que mi Goliat. 
     Hoy miro por el cristal y todo es verde, todo parece nuevo, porque mis palabras ya no hablan de ti, porque las comas no enumeran cada parte de ti, porque tus ojos ya no me miran impacientes ni mis manos te buscan. Ya no escribo con rabia cada tilde porque aquí sólo estoy yo, estoy entera, y poco más me importa. Hoy hace semanas que no escribo porque el dolor amortiguado desaparece a cada paso. 
      A lo largo de la historia, muchas de las mejores obras de la literatura han surgido de sus autores por el sufrimiento; el sufrimiento por el amor, la muerte, una sociedad que no comprende el pensamiento o las ideas propias, etcétera. Al fin y al cabo, una serie de acontecimientos que generan por dentro angustia, dolor, desesperanza, desesperación, rabia, ira, miedo, turbación del alma en todos los sentidos. Todo esto queda reflejado en sus obras como si de un espejo se tratase; el amor no correspondido de Isabel Freire hacia Garcilaso, la desesperación por una sociedad corrompida de Larra, la angustia por un amor desesperado de Lorca, el dolor de Miguel Hernández por no ver crecer a su hijo, las aventuras ilícitas de Lope de Vega, la ruina de Galdós, el dolor de Manrique por la muerte de su padre, la autocensura por el miedo de Santa Teresa de Jesús e incluso la turbación de Machado por las dos Españas. Todos ellos sufrieron de distintas maneras, cosa que nos debería hacer preguntarnos si –en el supuesto caso- nos gustaría más vivir una vida de sufrimiento y expresarnos mediante párrafos que terminen siendo maravillosos y recordados, o vivir una vida feliz sin turbaciones aunque lo que sea que escribamos o plasmemos de una u otra manera sea mediocre o no trascienda en la historia de la literatura y el arte. 
     Según lo que me dicta mi breve experiencia y, sobre todo, mi cabeza prefiero vivir a mi manera. Todos sufrimos, lloramos, tenemos miedo, pasamos angustia, nos entra rabia, pero también reímos, lloramos de alegría y nos brillan los ojos cuando vemos a alguien que amamos. Yo lo necesito todo porque sin llanto, no se conoce la alegría, en tanto que sin textos mediocres o que podrían ser eliminados de la faz de la tierra por su inutilidad, no conoceríamos la verdadera maravilla de la literatura, la luz de las palabras. Porque “la literatura es bella, útil y necesaria”. 
      El amor es la mayor victoria en una guerra encarnizada que nunca termina, es saberte una herida abierta y que sea la sal lo único que te alivie, es “beber veneno por licor suave”, es la espada y la pared, la arritmia y la taquicardia, es “creer que un cielo en un infierno cabe”, es recorrer un mundo sin moverte de su boca. 
      Como dijo Lope: “quien lo probó lo sabe”.

[Su cuerpo dejarán,
no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.]

“Amor constante más allá de la muerte”.
Francisco de Quevedo.

sábado, 29 de agosto de 2015

La filosofía del charco.

En mitad del gran desorden me sigo creyendo veleta, al final de tanta vuelta hay que señalar un norte, un sur. (Cortázar, J. Rayuela. Santillana Ediciones, 2013:Madrid)

      La vida está llena de extrañas coincidencias y si no se le tiene miedo, puede ser maravillosa. Sin embargo estoy escribiendo, metida entre cuatro paredes que han sido conscientes de toda mi vida mientras apuro agosto en el último trago del café. En definitiva de eso se trata, de exprimir cada día, ¿no? O al menos eso es lo que nos hacen creer y yo me niego; hay días, semanas o meses de comerse el mundo y otros tantos de sentarse frente a la ventana y ver cómo pasan las horas, porque al final aquí es cuando te das cuenta de que el tiempo pasa, los días corren, el verano se acaba y comienza otro septiembre. Con todo lo que conlleva septiembre.

He observado que la realidad tiende a manifestarse así, insensata, inconcebible y paradójica, de manera que a menudo de lo grosero nace lo sublime; del horror, la belleza, y de lo trascendental, la idiotez más completa. (Montero, R. La hija del caníbal. Espasa Calpe, 2001: España.)

      Tanto es así que a mí, cada septiembre, me ha traído o se ha llevado cosas distintas cada año, pero siempre han sido personas. El otro día me decían que si en la adolescencia no pierdes amigos es que no estás creciendo y sólo puedo decir touché porque, aunque no queramos, crecemos y los veranos se acaban y el otoño siempre trae consigo la caída de las hojas -aunque no de todos los árboles- y el frío del invierno trae el hielo y los charcos. Como tal, el charco aguanta un vendaval, le puede llover, nevar, puede salir el sol de enero y hacerle vapor y devolverle a la tierra en otro lugar, puede pasar un coche por encima y ese coche, como un efecto dominó, salpicar a una chica que corre por la calle, puede llegar un niño y chapotear, y caerse y mancharse el uniforme, pueden caerse encima las pocas hojas que el otoño ha dejado o qué sé yo, volverse hielo. 
      Con esto quiero llegar a todas esas personas que llegan en septiembre o se van, o vuelven después de mucho tiempo o directamente pasan sin apenas ser vistas. Pero nos condicionan, al fin y al cabo. La gente crece, madura -o no-, se va, vuelve, llega pero todo se mueve, nada permanece; la filosofía del charco. Hablo de todas esas cosas que creemos permanentes, hablo de la facilidad con la que lo estable se resquebraja y esos que creíamos que iban a vivir con nosotros hasta el último aliento, se van sin razón aparente, simplemente pasan pero, queramos o no, influyen, calan, duelen y a veces, nos hacen mejores con el tiempo, porque quien huye también enseña; hasta quien más nos repugna nos enseña algo, aunque sea a escupir.
      Los seres humanos somos como icebergs: sólo dejamos ver al resto un diez por ciento de lo que somos en realidad. Bajo el agua aparecemos desnudos; quizá no sea sólo cuestión de física el hecho de que pesemos menos debajo del agua, a lo mejor es eso, aparecemos enteros como los icebergs y eso nos hace frágiles, débiles, al alcance. Y el noventa por ciento restante, el que no se ve, lo forma quien está siempre, quien se fue, quien llega y quien se cruza una mañana sin más. Ese noventa por ciento lo forman septiembre, el invierno, los charcos, el hielo que se nos forma dentro -independientemente de la estación- y quien llega a conocerlo, nos ve bajo el agua y, casi siempre con miedo. Porque alguien que te conoce en debilidad y fortaleza, fuera y dentro del agua, ahogándote y saliendo a flote, es capaz de todo y de nada a la vez. Son esas personas, las que nos ven ahogarnos en un vaso de agua o en el mar más hondo del mundo, quienes tienen más fácil pasarnos por encima o mantenernos a su lado. Quedarte desnudo, bajo el agua, es verte débil; será por eso que quien más nos conoce es quien más daño puede hacernos.

Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos. (Cortázar, J. Rayuela. Santillana Ediciones, 2013:Madrid)

      En mi caso, septiembre siempre ha sido un mes de cerrar heridas y etapas porque no es bueno dejar heridas abiertas. El mundo avanza, lo que más duele acaba sanando y al final, la gente se quiere, por muchas estaciones que pasen de largo. Y otro año más la primavera llegará trayendo hojas nuevas y un nuevo sol dispuesto a teñir de azul otros días, otro verano más.

miércoles, 19 de agosto de 2015

De los cimientos que no se agrietan.

      No sé si cambiar es esto. Si cambiar es ver cómo pasa un año y la vida nos empuja de un lado a otro y pasamos tormentas y días de sol, pasamos la vida. No sé si cambiar es ser otra en la misma piel, si es vaciar mis días de lo que no trasciende, ni trascenderá nunca y llenarlos hasta que desborden de alegrías y risas de otros colores. No sé si cambiar es verte hacerlo a ti pero si es tal, quiero verlo todos los días que vienen por delante.
      Hablando de cambiar, me decías que hay amistades diferentes, amistades sobre cimientos densos como la paciencia que tienes que tener a veces conmigo; una base fuerte que soporte semana y media sin hablar viviendo por contarte hasta el último paso que doy, dramas de medianoche, meses sin comer un sandwich caliente en cualquier plaza, el estrés o veinte -o cincuenta- poemas de amor y una conjetura desesperada; pero también las alegrías, darnos cuenta de que uno sólo valora el sol de la infancia cuando los días ya no son azules, cuando dejamos media vida en otro lugar y sólo volvemos si lo hacemos juntas, porque qué sería de mí si no fueses tú mi compañera de vida, porque en esa pulsión entre lo mejor y lo peor que somos vamos construyendo o tal vez destruyendo nuestro camino y qué mejor manera de apalear la piedra que contigo.
      En el momento en que alguien entra en tu vida, por breve que sea su estancia, te hace tomar caminos que probablemente no hubieses pisado. Yo no recuerdo exactamente el momento exacto en que te abrí puertas y ventanas a esto de lo que hoy formas parte, no sé cuántos 20 de agosto sumo ya felicitándote en la distancia pero sí sé que estaría esta y mil vidas más riéndome contigo de la vida, a las buenas, a las malas y a las peores. Y es que en todo este tiempo contigo me he dado cuenta de que los seres humanos somos como icebergs, sólo mostramos un 10% de lo que somos y tú me has ayudado a construir el 90% que no se ve y que sólo se muestra a quien de verdad bucea, busca y pasa tiempo midiendo las dimensiones y puliendo las esquinas.
      Hoy cumples 19 años y el regalo me lo has dado tú a mí por dejar que seas el mástil al que me agarro cuando me voy a hundir, la risa que busco cuando no encuentro la mía y las palabras que necesito cuando ni yo me sé explicar. Ya te lo dije hace unos cuantos años, eres la parte que me complementa y desde entonces, por muy lejos que te vayas, por muy poco que te vea sonreír, o llorar, o correr, no hay manera de deshacerse de ti, ni quiero hacerlo nunca. 
      Eres todo eso que no es igual con los demás, eres todo eso que sólo es contigo, no con los demás. Todo eso que sólo puede ser contigo, como todo esto que escribo contigo, no con los demás. 

      Felicidades, compañera de fatigas, de vida, parte complementante, la de los dramas a medias.

miércoles, 22 de julio de 2015

Antes tabernera en el mesón que princesa en el castillo.


   
      Aprovechando que el otro día una buena amiga me recomendó la película Sexo fácil, películas tristes (Alejo Flah, 2015) acompañado de la advertencia textual “Andrea, es un dramita”, hoy os vengo a contar por qué Madame Bovary de Gustave Flaubert es mi libro favorito, por qué no creo en los romances idealizados y por qué prefiero ser una mujer de altos vuelos que una señorita recatada amarrada al brazo de su chico por los siglos de los siglos, amén. 
      Estudio filología y como tal, pues tengo mis TOC, como todos y a mí, que una novela limite la experiencia sexual o la omita me irrita tanto o más como que la realidad de una vida se reduzca a eso, “necesito saber si al héroe lo excita la heroína (y a la inversa)”[1], necesito ver que el incendio que abrasa por dentro a un personaje, abarca toda la historia. Pero de ahí a que crea en los dramas juveniles, comedias románticas y romances idealizados hay una franja espacio-temporal muy grande.
      Cuando empecé a leer Madame Bovary me la habían pintado como la novela más cursi y aburrida de toda la literatura universal y -¡sorpresa!- sin llegar a la mitad ya me había enamorado de Emma y acabé llorando porque me parecía un trabajo imposible verme reflejada como en un espejo en un personaje femenino del siglo XIX. Este reflejo del que os hablo me hizo ver la lacra tan grande que es la conformidad, la falta de aspiraciones y la mediocridad, además de que si quieres ser fuerte, serás lo fuerte que quieras porque tu vida la llevas tú y no un novio/marido mediocre e insulso. Vale, que la infidelidad está mal (y yo personalmente no creo en ella, pero ese es otro tema) pero peor está sentarte en una silla a ver cómo pasa la vida delante de tus ojos, se te va y tú te conformas con lo que tienes, que no te gusta pero menos da una piedra –pensamiento de mierda, por cierto.
      Lo que os digo es que para comer un pan sin sal, mejor no compres pan y ahorra para un vibrador que al menos no se mea fuera de la taza.

       “Mi soledad y yo estamos bien, no nos hace falta la soledad de otro para que nos dé por culo.” (Tensión sexual no resuelta. Miguel Ángel Lamata, 2010.)

      Al fin y al cabo, estos dramas juveniles son un coñazo; los primeros seis meses todo va como la seda, pruebas posturas raras en la cama, hacéis planes del tipo “cine y mantita en casa”, “nos vamos de cenita por ahí”, “fotito al Instagram de cuánto nos queremos” y, como no, “en veranito a la playita” (todo con sus estrictos diminutivos no vayan a creer que no somos románticos). A mí, sinceramente, me da pereza todo esto. Y más cuando pasado el año y medio empiezan las peleas hasta porque “la vecina se ha cambiado el bikini y le has mirado de reojo”, o de “no subas esa foto que pareces una guarra y yo no quiero a una guarra como novia”, toma que toma. Que evidentemente, la opinión ajena va a misa y el “qué dirán” está a la cabeza de la lista de principios de cualquier ser humano corriente y moliente. Pista: NO.

       "El sexo sin amor es una experiencia vacía pero, como experiencia vacía, es una de las mejores." 
Woody Allen. 
 
      Vivo henchida de oscuros apetitos, de rabia y de desprecio –a veces- y ya os digo que a la gente le horroriza que las mujeres busquen un placer hedonista y los hombres temen a las mujeres de altos vuelos y con altos vuelos estoy queriendo hablar de una mujer que sabe lo que quiere, que se acuesta con quien quiere porque para qué vas a estar amargándote la existencia pudiendo repartir serotonina allá por donde pises o pases o corras o vueles. Una mujer que sabe quién es, porque quien sabe lo que vale consigue lo que se merece; una mujer que se mueve por lo que quiere y no por lo que otros estipulan qué debe querer porque esta sociedad nuestra tan moderna, progresista y renovada todavía cree que todo es mejor si tienes pareja y, en este caso para las mujeres, que sea hombre porque si no “que lo llamen como quieran pero que no lo llamen matrimonio” –semejante barbaridad- y si estás soltera, tracatrá, o fea o puta; estás sola porque quién va a querer a una tía que se ha acostado con un mínimo de veinte hombres, pues nadie, claro que sí, darling.
 
      Lo peor de todo es que quienes más potencian este pensamiento somos las mujeres al grito de “Uy, mira esa qué puta, que se ha acostado con este, ese y aquel” o “Tía, mira esa otra que se está haciendo una foto con un amigo y tiene novio”. PLÁ PLÁ PLÁ. Un aplauso, señoritas, tenéis razón, hacer lo que yo quiera con mi vida es una locura, vestirme y pintarme como quiero un descaro, acostarme con media ciudad un escándalo intolerable y encima sentirme orgullosa por ello, ¡QUÉ DESFACHATEZ!
      Dicho esto, creo que las comedias románticas que nos dedicamos a ver cada domingo acompañadas de un kilo de helado/chocolate y demás variantes y la mantita -que no falte ni aunque sea agosto- nos han hecho ver qué bonito es el amor idealizado, escrito bajo la imaginación de un guionista que quiere escuchar lo emocionante que es su guión pero vaya, que en la realidad, maquinamos de otra manera; follamos de otra manera y no con quien vamos a pasar el resto de nuestra existencia, reímos de otra manera, queremos de otra manera y, sobre todo vivimos a nuestra manera. Las más sinceras historias de amor no son como en las películas por eso no creo en los romances idílicos; creo en que si no te quieres enamorar, ninguna princesa Disney te va a clavar un tacón por ello y que a chupar una polla no se aprende leyendo a Danielle Steel, se aprende chupando, como a todo en esta vida.


[1] VARGAS LLOSA, M. La orgía perpetua. Santillana Ediciones: Madrid, 2011. (pg 32)