Uno escribe su vida en un poema,
analiza el amor
y se acostumbra
a seguir como está, junto a tu cuerpo
que quizá me recuerde todavía
desnudo entre las sábanas.
Luis García Montero.
Día
1 en otra dirección.
Sigues residiendo en mí. Paseo y en cada rincón hay una
fecha, un olor, una palabra o el simple eco de un suspiro. Todo lejano, todo
fuera de nuestro pretérito. Impertérrito, imperturbable, de improviso.
Ahora ato cabos y pierdo el hilo, se ha soltado el cordel
que ataba mis ojos a los tuyos; ha llegado septiembre lluvioso y me ha calado
los vaqueros, el alma, los huesos, deshaciendo el nudo de mi estomago –quisimos
hacer un lazo, pero apretaba igual- , desactivando las bombas de este nuestro
terrorismo emocional a bocajarro y se ha llevado entre el fango cada trozo de
ti adherido a mi piel, ha diluido besos y caricias, me ha dejado en blanco y la
sal de otros labios me está curando los raspones de tu mirada de anzuelo, capaz
de atravesar cualquier coraza. Se ha disipado el fuego que encendiste en mí a
quemarropa y me he quedado tiritando. Ya no pronuncio tu nombre desde el fondo
abierto de mis ojos.
Aunque aún el frío no te haya calado los huesos, me he
cambiado de andén de la estación, porque las cuerdas se tensan como el corazón y silencian el grito ahogado de lo que no fue pero ojalá. Porque todo lo pasado brilla y las
curvas de tus labios viven ahora en el recuerdo, la nieve de un invierno que no
existe y parece que el viento se lleva tus pasos. Y todo resucita.
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