martes, 29 de agosto de 2017

Relacionados en la confusión.

«No puede ser que estemos aquí para no poder ser.»

Julio Cortázar.

  Tanto desde fuera -nuestro entorno- como desde dentro -nuestros sentimientos y emociones-, nos creamos una imagen de las relaciones, del cariño que debemos entregar en ellas, de lo que se debe querer -cuánto y cómo-, e incluso qué debemos sentir cuando una persona de verdad nos gusta. Todos somos o hemos sido partícipes de estas ideas, las cuales nunca nos cuestionamos, simplemente delimitamos las relaciones que establecemos según una serie de patrones que podemos o no haber vivido, pero que nos condicionan y limitan a la hora de querer; nos relacionamos en la confusión.
   Todos tenemos nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestra personalidad, nuestras manías, nuestras metas, nuestros complejos etc., pero cada persona es completamente distinta, aunque existan algunos rasgos o patrones de conducta que se repitan, lo que no quiere decir nada contrario a lo que pretendo defender. De esa misma manera, cada relación que tenemos -del tipo que sea- funciona y se desarrolla de una manera distinta, no podemos posicionar nuestras relaciones en un ranking de importancia porque cada una es única; la mezcla que se establece durante un periodo determinado de tiempo entre dos personas distintas, con personalidades distintas, es completamente diferente. No pretendo con esto hacer un análisis de las relaciones ni resumir el trasfondo de Felices los 4, pero las personas somos capaces de establecer relaciones paralelas -de hecho, lo hacemos continuamente- sin que ninguna de ellas resulte dañada, porque no es algo incompatible.
    Para empezar, el querer no debería estar subyugado bajo ningún límite, ningunas condiciones, nada. Se quiere porque se quiere, sin saber por qué ni bajo qué reglas, pero nos empeñamos en definirlo, delimitarlo y describirlo de la manera más concisa posible, cuando los sentimientos no conocen de definiciones, ni reglas ni límites. Pero nos gusta tantísimo etiquetar, catalogar y definir correctamente, que nos olvidamos de lo que vivimos sólo por meterlo en un saco. Nadie debe sentir ciertas cosas por otro alguien para determinar qué tipo de relación tiene, ni mucho menos podemos guiar las relaciones de nuestra vida según se repitan o no los sentimientos que una vez tuvimos, cuando creíamos querer hasta hartarnos; simplemente queríamos de una manera que probablemente no se repita nunca y la mayoría de las veces pasamos la vida buscando eso que nos provocaron una vez sin encontrarlo y es que, efectivamente, no lo vamos a volver a encontrar porque no es la misma persona con la que nos relacionamos y, aun siendo la misma persona, la gente cambia y evoluciona, con lo cual, son sentimientos fruto de una relación determinada, en un tiempo determinado, que nos generó unos sentimientos particulares que nunca se van a repetir, simplemente hay que disfrutarlos mientras duran. Hay que entender que vendrán otros distintos que nos darán otras cosas y provocarán en nosotros otras reacciones.
    Todos tenemos amigos con los que tenemos relaciones que sabemos mantener y cuidar, tenemos relaciones también con nuestros padres, profesores, familiares, conocidos, y ninguna de ellas es incompatible. Sin embargo, en cuanto a las relaciones amorosas, no entiendo el por qué ni el cómo, pero tenemos que hacer una criba cada vez que nos encontramos con alguien a quien empezamos a querer de otra manera. ¿Por qué? Si podemos mantener relaciones de amistad y cariño con gente variadísima y, en algunos casos, con demasiada gente, ¿por qué no somos capaces de entender que se pueden tener sentimientos similares pero distintos con gente de la que quizás nos enamoremos?
    Después de mucho tiempo participando del pensamiento general, me estoy dando cuenta de lo contaminadas que tenemos las relaciones “amorosas” o “sentimentales” que, a mi modo de ver, deberían considerarse de esa manera todas las que tenemos en nuestra vida, pero no. Con cada persona, a la hora de conocerse y/o estar juntos, es decir, compartir espacio y tiempo, creamos una relación distinta, que nos hace expresar sentimientos distintos, ni más ni menos que los que podamos sentir por otra persona diferente, simplemente otros sentimientos. Por esto no me parece incompatible sentir que quieres a una persona, por la que tienes unos sentimientos concretos y estableces con ella un tipo de relación, y a la vez, sentir otros sentimientos distintos con otra persona porque, obviamente, son diferentes personalidades que generan en uno cosas distintas. 
    No quiero que esto se vea como una defensa del poliamor y el amor libre, quiero que se vea como lo que es, algo lógico, normal y no contaminado por los celos y los comportamientos tóxicos a los que estamos acostumbrados, porque precisamente eso es lo que no me parece normal; negar los sentimientos que tenemos hacia un alguien porque sentimos otras cosas hacia otro alguien, ¿no tenemos amigos muy distintos entre ellos? No sé vosotros, pero yo sí y siempre he sido capaz de cuidar las amistades que me importan, sin establecer una prevalencia de unas sobre otras, desarrollándome en ellas de manera paralela, porque cada persona tiene algo que enseñarnos y viceversa. 
    El amor también tiene cosas que enseñarnos, aunque nos neguemos a ellas, aunque contaminemos de toxicidad algunas relaciones, hay que limpiarse y entender que el amor es un sentimiento puro y positivo y todo lo que no sea así, será otra cosa, pero no es amor. El querer no tiene límites, amigas, somos nosotros quienes nos dedicamos a imponerlos, como queriendo poner puertas al campo, como querer meter todo el mar en un vaso de agua, sin saber que nadando a mar abierto es como más se disfruta.

miércoles, 2 de agosto de 2017

El amor es un invento necesario.


«Sin amor, todo era polvo y llanto y una vida que no merecía la pena ser vivida.»

    Uno de los argumentos más utilizados para establecer la especie humana como la mejor de las especies es la capacidad de razonar y ser capaces de elegir entre varias opciones sin ser movidos únicamente por los instintos básicos. Pero en cuanto a la concepción del amor se refiere, se me desmontan todas esas razones, porque no entiendo que un ser capaz de dar tanto amor, una reacción química que produce felicidad, pueda identificar todo eso con algo que destruye y sólo deja materia muerta, inerte.
    Como filóloga, pero, sobre todo, como persona que ama, he decidido dejar de participar en la idea del amor doloroso, del amor como muerte, del amor como fuerza capaz de abrirte heridas que probablemente no puedas curar nunca del todo y que se volverán a abrir por la misma fuerza emocional devastadora. El concepto del amor como fuego que quema, abrasa y destroza ha sido interpretado por seres que han concebido esa fuerza como un ente negativo, que necesita precisamente de esa negatividad para ser tal, pero no puedo dejar de cuestionarme cómo el amor, algo puro y positivo, puede interpretarse como algo tan negativo, que nos hace temer y no querer vivir en él, alejarnos en cuanto se nos aparece hasta el punto de desaparecer.
    Las cosas, la vida, los objetos, los sentimientos, están ahí y viven con nosotros y en nosotros, pero somos las personas quienes les ponemos nombre, de nosotros depende la interpretación que se dé a los signos que se nos aparecen continuamente ante los sentidos y a las sensaciones que encontremos corriendo por nuestros circuitos nerviosos. Por ello, estoy convencida de que, como tantas otras cosas, hemos vivido con una interpretación errónea de lo que es el amor y la hemos mantenido durante toda la historia, quedando patente en la principal fuente de interpretaciones del amor, en todas sus variantes: la literatura. No es que quiera yo contradecir a Lope, a Cernuda, a Zorrilla o a Garcilaso, pero no puede dar tanto dolor algo que nos hace quererlo todo a manos llenas, pretender abarcar lo inabarcable, expresar en un discurso lo inefable, desprendernos de todas las medidas y los márgenes y sólo querer compartir, crear y construir.
    El amor duele porque no hemos parado de confundir lo que es, con otras sensaciones producto de lo contrario al amor, se nos han solapado las concepciones de lo que es y no es el amor. Lo que duele es el desengaño, la traición, las ilusiones desmanteladas, las expectativas dinamitadas, la mentira, pero no el amor.
    Todo esto hace poco que lo comparto. Hace bien poco que soy fiel creyente y practicante del amor y sólo esta vez decido despojarme de toda la literatura, de toda la herencia de un amor que se confunde, porque estoy convencida de que el hombre no es bueno por naturaleza, el hombre es egoísta y busca siempre su propio beneficio, pero de lo que hablo es algo aparte. Todos hemos sufrido por amor, pero no es el amor lo que nos ha hecho sufrir. Ese sufrimiento, a mi ver, siempre (o casi) es producto de unas expectativas que residen en nuestra cabeza como la mejor de las posibilidades y la que, por nuestro bien, tiene que hacerse realidad; y es ahí, cuando se quiebran nuestros deseos, cuando no se realiza lo que anhelábamos que se realizase porque es lo mejor para nosotros, y la vida nos suelta una hostia que nos duele y nos rompe por dentro. Y en lugar de mirar hacia dentro, miramos hacia fuera y encontramos al amor manchado de la culpa de nuestros errores, entonces confundimos, le vemos vestido de culpable y lo que resulta más fácil es decir que el amor es una mierda, que el amor duele.
    Nos quedamos a gusto porque ya no es culpa nuestra ni de nuestro egoísmo, ni de nuestras expectativas, ni de nuestra mente que evita a toda costa ser juzgada, sino del amor, que nadie sabe cómo va, pero tenemos claro que es lo que nos provoca el dolor, cuando ese dolor es fruto del inacabable afán del hombre por esperar que suceda lo que cada uno cree mejor para sí mismo y la realidad es que la vida incluye un amplísimo abanico de posibilidades que ni siquiera caben en nuestros circuitos y nos dedicamos a hacer el gilipollas limitando cada acontecimiento, sufriendo y convirtiendo el dolor provocado en consecuencias del amor. Y entonces, algunos escribimos, pintamos, creamos arte, intentamos transmitir todo ese dolor para que el resto empatice con nosotros, porque creemos que así la pena amaina, porque 

«Hay que hacer algo con todo eso para que no nos destruya, con ese fragor de desesperación, con el inacabable desperdicio, con la furiosa pena de vivir cuando la vida es cruel. Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes.» 

    El amor es lo que nos salva de ser sólo humanos, es la fuerza que cambia la historia, que desordena para que todo funcione sin fallos. Desde Leriano y Laureola hasta Ana Ozores, pasando por Calixto, Melibea, la condesa de Belflor, Leonardo, La Novia e incluso el caballero de Olmedo, todos han sido juzgados de alguna manera por amar desenfrenadamente, hasta sus últimas consecuencias, hasta la muerte y hasta la locura. Pero en el fondo les entiendo porque comparto con Françoise Sagan que «eso, lo que llaman locura, es para mí la única forma sensata de amar». 
    El amor, literal y metafóricamente, es lo que nos mueve a llevar a cabo todo aquello que está fuera de nuestros deberes como seres políticos, todo lo que hacemos porque queremos lo hacemos por amor, por querer, por ansiar y amar y, sin amor por las cosas, las personas, las actividades, estamos solos en medio de un mar en el que nos mueve la marea de los demás, en un bote sin remos, sin ser conocedores de la dirección que nos lleve donde queremos ir. Pero no confundamos -otra vez- el amor no sólo nos lleva dónde o con quien queremos ir; también huimos por amor, pero hacia nosotros mismos. Pese a todo, el amor es como un delincuente: llega trayéndolo todo, pero se va camuflándose entre nuestras más oscuras sombras. Y cuando te das cuenta, le has entregado todo y todo se lo ha llevado.