jueves, 16 de abril de 2015

Sumo treinta y me divido.

      Llevo un mes invirtiendo las horas en buscar algo que no encuentro, encontrando lo que no busco, encontrándote a ti y buscando a tantos otros que difuminen las caricias que me queman en la piel. Llevo un mes buscando a alguien que no eres tú y encontrando muestras de que sigues vagando por aquí, mirando a todos lados por si no te veo pero mis pupilas se pelean por colgarse de tus pestañas otra vez. Llevo un mes temiendo verle las orejas al lobo, vacilando al subir al autobús por si te veo y mi semáforo se pone en rojo y te miro y vuelvo a tropezar, sin saber si algún día podré volver a tocarte sin sufrir alguna taquicardia. Llevo un mes drogándome, pidiendo a todo el mundo que no me hable de ti, que no me cuenten qué tal te va, con quién estás o si saben que me echas de menos. Llevo un mes arrepintiéndome por cada lunar que no besé, por cada esquina que no crucé contigo, por cada vez que no te llamé cuando iba borracha. Llevo un mes escribiéndote, rogándole que vuelvas a un Dios en el que no creo. Quizá sea por eso, todo en lo que no se cree, no sucede y acaba pasando factura. Llevo un mes cimentando mi fe en tus costillas, deseando volver a desabrocharte la camisa mientras tú me desatas los miedos, queriendo volver a verte a mi lado, sin más. 
     Cuento ya más de treinta días sabiendo que por más que invierta, busque, tema, me drogue, me arrepienta, te escriba y cimente mi fe en algún lugar de ti, los domingos siempre me alcanza un hilo frío de voz que me grita que tus manos no van a volver, que ahora tu piel se eriza por otra y que nunca, nunca, vuelva a rogarle al lobo que me deje creer.

martes, 7 de abril de 2015

Las migajas de diciembre.

      
      A veces, me paro a pensar cómo sería sin ti mi poesía, de qué ojos escribiría si no aparecieran los tuyos a trasluz por las cortinas cuando cierro los ojos, si entendería lo que es que te toquen el alma si tú no me hubieses acariciado como al papel de fumar. Miro de vez en cuando las dos únicas fotos que tenemos y siempre me pregunto si alguien conseguirá algún día fotografiarme esa cara, porque en ninguna más salgo así, porque me brillan los ojos más de lo que el ron es capaz de conseguir, porque los músculos de mi cuerpo se adormecen si pasas cerca y me quedo ahí, mirándote sabiendo que si pestañeo me pierdo un segundo de tu biología y maldigo mil veces al viento y no me deja disfrutarte. Ojalá, de verdad, ojalá pudiese volver a mantener los ojos abiertos para ver cómo cierras los tuyos cuando me ibas a besar; que cuando se cierra una puerta se abre una ventana, o eso dicen, pero no hay nada más bonito que ver cerrar las puertas a tus pupilas y abrir las ventanas a tu boca, y que entren las flores de tu lengua a mi balcón, que por nosotros se rompan todas las bisagras y sienta el viento de tu piel arrasar con todo lo que llevo dentro que nunca te diré. Quiero volver a ese diciembre de hace un año y que te acurruques en mi espalda, que me cuentes los lunares y beberte en todas las estaciones, que se pare nuestro tren y hagamos el kilómetro cero en cualquier calle.
    A veces, me pillas en el día menos adecuado, que salgo de las dudas de tu cuerpo y nunca sé volver, que miro las fotos aunque la pena no valga para nada porque ya no estamos, porque no hay mal que por bien no venga y, si viene, le abro puertas y ventanas por ti, porque dejaste rotas las bisagras y ahora no hay nadie que te cierre el paso cuando intento pasar página y vienes como una ventolera, no hay quien te pare los pies cuando trepas por mi ombligo hasta mi cabeza otra vez. Te he visto hacerme nudos en la mirada y, te lo aseguro, no hay mejor marinero que tú y ninguna sirena va a cantarte como lo hago yo.
A veces, se me seca la boca de tanto escribirte pero tus palabras nunca se las lleva el viento porque va cargado, verás como vuelves.

miércoles, 1 de abril de 2015

A veces me contradigo.


“Una vez me dijeron que las mentes contradictorias son las más complejas”

A veces llega cuando
menos lo esperas,
el inconsciente te delata
cuando besas

a mitad de una cerveza,
cuando la piel pide
más que la cabeza,
cuando te rozan el alma
en el cuello y duda,
y vacila tu entereza.

A veces, llega cuando
no te quedan metas,
cuando no escribes,
cuando pecas,
cuando sus ojos hacen reclamar
a los tuyos las muletas.
Y sonríes y bebes
y vives y besas otra vez
y te retumba eso
de que por la boca muere el pez,
que las risas suenan
más bonitas a la vez y sólo
porque no se me nota temblar 

si me tocan esas manos otra vez.

A veces llega cuando
sólo quiero gritar,
cuando no hay frío
que me haga tiritar,
cuando las cuerdas no hacen
más que sonar y sonar y
- ¿Qué quieres? ¿Bailar?
Pues bailamos, bailamos
hasta que nos cierren este bar,
que todavía nos queda mucho

por viajar.