Si el amor es la pregunta,
tus ojos ya no son mi respuesta.
Si el amor es la respuesta,
¿dónde estabas cuando buscaba tus preguntas?
Hoy amanece y parece que mis horas dan la vuelta al reloj, que sale mi sol cuando anochece, que el sur se vuelve mi norte y que nada está más lejos que tu boca. Me monto en un autobús esperando a que los kilómetros vivan por mí y escucho en otros ojos todo lo que yo dije. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra pero nadie quiere andar siempre un camino de rosas.
Equivocarse es bonito, la equivocación es el aprendizaje elevado a la máxima potencia. Equivocarme fue enamorarme de ti y créeme si te digo que lo volvería a hacer mil veces pero no somos los de antes, aunque a veces suene la misma canción, pero nuestro más ahora siempre resta y me niego a todo lo que no sea crecer. Mis huesos ya no chirrían tu nombre y el desgaste que llevo dentro empieza a mejorar. Ni en mil vidas te querría como en esta pero tampoco volvería a vivirte, el miedo es una trampa para hacernos fuertes y tú no fuiste más que mi Goliat.
Hoy miro por el cristal y todo es verde, todo parece nuevo, porque mis palabras ya no hablan de ti, porque las comas no enumeran cada parte de ti, porque tus ojos ya no me miran impacientes ni mis manos te buscan. Ya no escribo con rabia cada tilde porque aquí sólo estoy yo, estoy entera, y poco más me importa. Hoy hace semanas que no escribo porque el dolor amortiguado desaparece a cada paso.
A lo largo de la historia, muchas de las mejores obras de la literatura han surgido de sus autores por el sufrimiento; el sufrimiento por el amor, la muerte, una sociedad que no comprende el pensamiento o las ideas propias, etcétera. Al fin y al cabo, una serie de acontecimientos que generan por dentro angustia, dolor, desesperanza, desesperación, rabia, ira, miedo, turbación del alma en todos los sentidos. Todo esto queda reflejado en sus obras como si de un espejo se tratase; el amor no correspondido de Isabel Freire hacia Garcilaso, la desesperación por una sociedad corrompida de Larra, la angustia por un amor desesperado de Lorca, el dolor de Miguel Hernández por no ver crecer a su hijo, las aventuras ilícitas de Lope de Vega, la ruina de Galdós, el dolor de Manrique por la muerte de su padre, la autocensura por el miedo de Santa Teresa de Jesús e incluso la turbación de Machado por las dos Españas. Todos ellos sufrieron de distintas maneras, cosa que nos debería hacer preguntarnos si –en el supuesto caso- nos gustaría más vivir una vida de sufrimiento y expresarnos mediante párrafos que terminen siendo maravillosos y recordados, o vivir una vida feliz sin turbaciones aunque lo que sea que escribamos o plasmemos de una u otra manera sea mediocre o no trascienda en la historia de la literatura y el arte.
Según lo que me dicta mi breve experiencia y, sobre todo, mi cabeza prefiero vivir a mi manera. Todos sufrimos, lloramos, tenemos miedo, pasamos angustia, nos entra rabia, pero también reímos, lloramos de alegría y nos brillan los ojos cuando vemos a alguien que amamos. Yo lo necesito todo porque sin llanto, no se conoce la alegría, en tanto que sin textos mediocres o que podrían ser eliminados de la faz de la tierra por su inutilidad, no conoceríamos la verdadera maravilla de la literatura, la luz de las palabras. Porque “la literatura es bella, útil y necesaria”.
El amor es la mayor victoria en una guerra encarnizada que nunca termina, es saberte una herida abierta y que sea la sal lo único que te alivie, es “beber veneno por licor suave”, es la espada y la pared, la arritmia y la taquicardia, es “creer que un cielo en un infierno cabe”, es recorrer un mundo sin moverte de su boca.
Como dijo Lope: “quien lo probó lo sabe”.
[Su cuerpo dejarán,
no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.]
“Amor constante más allá de la muerte”.
Francisco de Quevedo.