viernes, 8 de febrero de 2013

Conmigo, piérdete por las calles; piérdete en mis piernas.


Las cinco y pico de la tarde de un viernes que se despertó medio decente, con alguna nube suelta a las 8 de la mañana pero que se ha ido tornando tono tras tono hasta este instante en el que tengo al otro lado del cristal un cielo casi negro, diluviando  y de vez en cuando se torna y nieva. Mas o menos como mi humor; que puedo sonreirte y darte un beso a primera hora, y esa misma noche querer matarte. Será que soy mujer.
                Pero la verdad es que como todo, el humor es capaz de mejorar y tu actitud se vuelve diferente cuando una noche de tantas alguien totalmente desconocido físicamente pero no tanto en el ámbito psicológico se mete entre tus sábanas emocionales dispuesto a hartarte de piropos y hacerte sonreír. A veces, incluso hasta sonrojarte o, en mi caso, aumentar la temperatura. Asi, una buena noche aparece entre mis mensajes algo así, después de una larga conversación compartiendo ambiciones y principios:
“-Transmitir mi cálido afecto desde tus labios hasta los muslos que se alejan sugestivamente de tu húmeda entrepierna, es lo único que calmaría el deseo que tengo de empotrarte contra la áspera y dura pared. Y quererte. Querernos sin más.
Llegará el día en que no sea la distancia la que nos separe, sino un simple trozo de tela, el cual yo arrancaré y lameré recordando los días y las noches como estas que me deseaste para ti en tu cama y la vida no tuvo el coraje de ayudarnos a que aquel deseo se hiciera realidad. Serás mía y yo tuyo. Nuestro será el placer y tu cama testigo de ello.”
Después de leerlo y releerlo  te das cuenta de que no solo eres tú y los tuyos a los que ves de vez en cuando, sino que puede haber alguien incluso a 1982’5 km que te desea, lo que me hace ponerme a pensar y decirme a mí misma “Andrea, tienes que darte la vuelta y mirar hacia fuera, no sabes lo que te estás perdiendo”.